Punto de Fisión

Sin perdón de Gallardón

Es imposible atisbar el alcance de la nueva reforma del código penal sin comprender antes que Gallardón siempre quiso protagonizar un western. Cuando Garci le pidió que se calzara una horripilante barba postiza para encarnar a su antepasado Albéniz en una película no menos horripilante, ese empeño por mezclar detectives con faraones acabó por hacer naufragar el casting (la película ya venía naufragada de fábrica). Por muy melómano que sea, a Gallardón le gusta más una buena sesión de taladradora que una pieza de piano de Albéniz. Esa es, entre otras motivaciones menos artísticas, la razón principal de que Madrid se llenara, durante los largos años de su mandato, de taladradoras y túneles en lugar de llenarse de conservatorios, salas de concierto, recitales de piano y cursos musicales para jóvenes. De hecho, hay distritos enteros de Madrid, por ejemplo Vallecas, donde ningún niño escolarizado ha visto jamás un piano (y si lo viera, lo confundiría con el mueble-bar). Gallardón no lo dijo por no hacerle un feo a su amigo Garci, pero él se creía que, en una película de Sherlock Holmes y Watson, iban a darle el papel de Wyatt Earp.

El ministro justiciero ha perpetrado un código penal para dividir a los ciudadanos de a pie en dos categorías principales: los que ya han delinquido y los que van a delinquir. Convertir el robo de un cartón de leche en un delito equiparable al atraco de un banco es sucumbir al mismo proceso mental que llevaba a Litttle Bill a exclamar, cuando una de las putas le avisaba de que estaba azotando a un hombre inocente: "¿Inocente? ¿Inocente de qué?" No sé si esa película es el western favorito del actual ministro de Justicia, pero está claro que el título podría encabezar su reforma del código penal: Sin perdón. Sin perdón de Dios, Spain Days, podría añadir.

Más que una reforma, lo de Gallardón ha sido una contrarreforma en toda regla. Para ello se ha imbuido del espíritu del Concilio de Trento y de la letra pequeña del Código de Hammurabi. En medio de esa legislación antediluviana sorprende que no se encuentre ninguna referencia no ya a la pena de muerte sino al menos a la lapidación. El nuevo código penal recordaría al Antiguo Testamento, si el Antiguo Testamento fuese un western egipcio con Dios en el papel de sheriff y la estrella de ayudante adjudicada a Gene Hackman. Dejen sus tuits a la entrada del pueblo, no vayan a herir la sensibilidad de las muy sensibles autoridades. De momento aún no han dicho nada de los comentarios de facebook ni de las columnas de prensa ni de los chistes en la cafetería, pero será cuestión de reformar más. Todo los que hemos vivido en el Madrid agujereado del alcalde por antonomasia, cual ratones en un queso, sabíamos que más tarde o más temprano acabaríamos cayendo en una zanja. Con Gallardón la única libertad posible es la condicional. 

 

 

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