Punto de Fisión

Entre gambas y octavillas

Cada vez es más difícil distinguir a un sindicalista de un secretario de Estado de Hacienda o un alto cargo de Telefónica. Una de las novatadas a las que sometían a los recién llegados a las reuniones de consejeros de Caja Madrid era un juego llamado "descubra al sindicalista". Ya no vale la chaqueta de pana ni el jersey de pico, tampoco las patillas ni las barbas indómitas que últimamente se han puesto tan de moda, ni siquiera los modales en la mesa. El que palmaba tenía que invitar a una comilona en el restaurante más caro de la capital pero, como era a cargo de su tarjeta black, pues daba un poco lo mismo. Es difícil arriesgarse a apostar en estos tiempos grises en que hay sindicalistas capaces de pelar un langostino con una OPA hostil y banqueros que colocan las gambas en formación de mitin.

Para el sindicalismo español, la lucha de clases en el tren de la historia se ha transformado en una pelea con el revisor para ver quién viaja en primera clase. Lo más que puede hacer esta gente por el furgón de cola, donde se amontonan los parados, los emigrantes y los pobres, es desengancharlo y pedir otra ronda de Rioja. A los jefes sindicales en Caja Madrid les pasa lo mismo que a esos espías soviéticos o británicos de la Guerra Fría, que a fuerza de mimetizarse con las formas y estructuras del enemigo, acabaron por extraviar la brújula primero, luego los ideales y por último el pudor, que suele ser lo último que se pierde. Kim Philby, del que acaban de editar una estupenda biografía en Crítica, acabó de general en el ejército soviético sólo por el placer de complicar más y más la partida, entrando y saliendo del espejo tantas veces que al final tenía el corazón cambiado de sitio y el inglés transparentado en ruso.

En una declaración ante el juez Andreu, el exconsejero de la comisión de control Rafael Eduardo Torres ha confesado que buena parte de los 82.300 euros que se pulió con cargo a la tarjeta black iba destinado (aparte de viajes, hoteles, comidas y vestuario) a gastos de imprenta y papelería. Uno de los problemas de la UGT es que sus dirigentes no se han enterado aún de que existen programas gratuitos como el uasap y el skype. No: ellos siguen luchando a golpe de octavilla, como en los tiempos heroicos del franquismo. De este modo dilapidaron más de 29.000 euros en una sola imprenta, Serviprint, sólo para enviar circulares a los afiliados y, ya de paso, dar trabajo a la imprenta. A saber cuántas hectáreas de la selva amazónica han terminado sus días anunciando una reunión del sindicato.

"Me dijeron que podía utilizar la tarjeta hasta que funcionase y un día dejó de funcionar" confiesa Torres. En eso cumplía una máxima elemental de cualquier trabajador cabal: usar la herramienta de trabajo hasta que se funda. Torres era un asiduo del Hotel Sancho de Madrid, donde hizo once aterrizajes forzosos a un promedio de mil euros cada uno. Evidentemente, la estrategia era hundir Caja Madrid y el sistema bancario a fuerza de mariscadas, y vaya si lo consiguieron. Si creen que Cándido Méndez no estaba al tanto, es que son más cándidos que Méndez.

 

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