Punto de Fisión

La yihad en botellón

La CNN ha publicado un video que muestra las juergas que se corrían los hermanos Abdeslam poco antes de los atentados de París. Es bastante difícil conjugar esas imágenes triviales con la ideología de los radicales islámicos que cometieron una masacre, casi tanto como con las explicaciones de que los yihadistas pretenden atentar contra nuestra forma de vida. Rodeado de chicas, Salah Abdeslam bebe un copazo en una discoteca; Brahim Abdeslam baila break-dance en un bar mientras sus amigos corean y dan palmas. No parece que ambos asesinos siguieran muy a rajatabla los mandamientos del islam, a menos que disfrutaran de una bula especial de algún ayatolah para pasar desapercibidos entre los infieles.

Si esta última es la explicación que parece más plausible, hay que concluir que los hermanos Abdeslam hicieron un trabajo de camuflaje perfecto. Tanto que sus amigos hablan de ellos con el mismo agrado estupefacto con que los vecinos de un serial killer hablan de las virtudes de ese señor que siempre tenía cambio en la panadería y ayudaba a las ancianitas a subir las bolsas de compra. "Eran buena gente, se podría decir que vivieron la vida al máximo" dice uno de ellos. Otro confiesa que Salah bebía, fumaba, jugaba a las cartas y le gustaban mucho las mujeres, hasta el extremo de que, según él, tenía una novia. Hablan de ellos casi como si los echaran de menos. Los Abdeslam únicamente tenían un pequeño defecto: el yihadismo terrorista, el ansia por derramar sangre infiel. Sospecho que se pasaron de frenada con el maquillaje, que hasta les gustaba beber.

Puede que fuese el exceso de mimetismo lo que hizo que Salah no culminara el plan que habían trazado en un principio. Llevando al límite su caracterización, no fue capaz de activar el cinturón de explosivos que llevaba atado al pecho y huyó por piernas de la matanza. Tal vez nuestra decadente y confortable forma de vida (alcohol, sexo, tabaco, drogas, música) se había introducido demasiado bajo su piel, tal vez quería gozar un poco más del espectáculo, quedarse otro rato en el infierno ateo antes de subir al paraíso islámico donde lo aguardan sus 72 huríes intactas. O bien no estaba seguro de que siguieran esperándolo o bien no quería decepcionarlas y prefirió ensayar un poco más con mujeres de carne y hueso. A lo mejor Salah aún no había tocado el fondo de la abyección y quería seguir revolcándose en los obscenos placeres de occidente, hozando en ellos, apurando la copa hasta las heces, un poco al estilo de San Agustín, que solía rezar: "Señor, dame castidad, pero todavía no".

Salah Abdeslam estaba tan adaptado a su papel que al final lo capturaron por coger un taxi. Los teóricos de la destrucción que abominan sobre nuestra forma de vida no saben nada del sencillo deleite que se obtiene al fumar un cigarrillo y beber un whisky, eso por no hablar de los abismos de una orgía. Les ocurre lo mismo que a esos gurús de la India que predican el ascetismo de lejos: más de uno, al aterrizar en California, acabó cayendo en brazos de una rubia bronceada aunque sólo fuese para aprender de primera mano los tormentos de de la carne. Por eso, cuando Salah disparaba, lo hacía con conocimiento de causa, sabiendo todo lo que arrancaba con cada vida. "Matar a un hombre es la hostia" decía William Munny. "Le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener".

 

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