Punto de Fisión

Cosas de negros

Cosas de negros

Básicamente hay dos maneras de luchar contra la discriminación racial en Estados Unidos: la vía pacífica a lo Martin Luther King y la respuesta violenta a lo Malcolm X. Sin embargo, conviene no olvidar que los dos líderes se pusieron de acuerdo al final en el momento de morir: ambos fueron asesinados a tiros. Esta macabra coincidencia vino a hermanarlos en un destino común a muchos políticos estadounidenses en la década de los 60, el mismo que segó la vida de los hermanos Kennedy con un lustro de diferencia y el que marcó también, en 1970, el destino de Leon Jordan, principal activista afroamericano por los derechos civiles en Missouri. Curiosamente, Jordan era también oficial de policía, aunque la placa no le sirvió de mucho a la hora de detener las balas.

Cualquiera de los tres, Jordan, King o Malcolm X, no habría podido creer que, a medio siglo de distancia, un colega de raza iba a acceder al puesto más alto del imperio, el sillón de la Casa Blanca, y menos aún que, durante sus ocho años de presidencia, el colega no movería prácticamente un dedo para reducir las aterradoras estadísticas de minorías raciales tiroteadas impunemente por la policía. Lo que sí movería Obama es la boca después de haberse cruzado mucho de brazos, lo mismo que hizo con la crisis de los refugiados, el polvorín de Siria y la clausura de Guantánamo. Mal podía hacer otra cosa porque Obama era y es un Tío Tom, un baluarte de la discriminación, uno de esos negros obedientes y complacientes con el racismo de los que abominaba Malcolm X, un negro amaestrado y doméstico de los que adoraba el látigo y que, cuando el patrón yacía en la cama, preguntaba: "Amo, ¿estamos enfermos?"

Estos días en que las redes arden con las imágenes de los disturbios callejeros y las protestas raciales por todas las ciudades norteamericanas, ha empezado a circular un video de una mujer negra que carga contra los manifestantes y se pregunta dónde está la opresión si ella no se siente oprimida o qué pasa cuándo un policía negro mata a otro negro o un poli blanco a otro blanco. Asegura que es la personificación del sueño americano, alguien que ha podido estudiar lo que ha querido en un país que ofrece todas las oportunidades. Se trata de un discurso certificado por la piel y la experiencia de primera mano, pero también de una arenga más del Tío Tom repitiendo las monsergas de su amo. Tanto Obama, desde il doce far niente de su presidencia, hasta la ceguera selectiva de esta mujer, incapaz de comprender las raíces estructurales de la violencia racial, son un perfecto ejemplo de que la xenofobia también es cosa de negros.

Es el mismo razonamiento del obrero de Vox, de la mujer que dice que el machismo no existe porque su marido no le pega una paliza diaria o del gay que prefiere vivir dentro del armario. Una de las fotografías que más me sorprendió en mi primera visita a Auschwtiz fue la de un comandante alemán de origen romaní en el pabellón dedicado al genocidio del pueblo gitano. Contemplaba fascinado aquellos ojos negros, los rasgos afilados, el bigotito a lo Django Reinhardt por encima de la cruz de hierro, preguntándome cómo era posible que aquel hombre no alcanzara a vislumbrar la amenaza que pesaba sobre toda su estirpe -y, por extensión, sobre su cabeza- en medio del dominio nazi. La respuesta estaba en el texto debajo de la foto, que narraba cómo aquel orgulloso oficial de la Wehrmacht había terminado sus días en una hilacha de humo flotando sobre los crematorios de Birkenau.

 

 

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