Punto de Fisión

Vox a voces

Vox a voces

Hasta la fecha, la mayor demostración de oratoria de Vox tuvo lugar en mayo, Castellana arriba y Castellana abajo, con todos sus forofos montados en coche y tocando el claxon. A la gravísima falta de respeto que, según ellos, constituía la inacción de este gobierno de rojos contra una plaga de origen feminista, respondieron mediante una algarabía de bocinazos en la que sus líderes, encaramados a la cúspide del estruendo, rebosaban éxtasis y felicidad, como si estuvieran celebrando una goleada en un partido de fútbol en vez de protestando por la mala gestión de una pandemia que contabilizaba ya miles y miles de muertos. Probablemente se liaron entre unas cosas y otras. Probablemente el espíritu de duelo nacional se esfumó al caer en la cuenta de que estaban en la antaño llamada Avenida del Generalísimo.

Por lo que dijo ayer en el Congreso de los Diputados, Santiago Abascal bien pudo haber subido con un coche a la tribuna y ponerse a pegar bocinazos. Casi mejor hubiera sido que subiera únicamente con la bocina y se dedicase a apretarla como un loco, al estilo de Harpo Marx cuando veía un pastel de chocolate o corría detrás de una mujer aterrorizada. Varias horas de bocinazos clamorosos e histéricos habrían sido más elocuentes, más entretenidos y sobre todo más veraces que esa interminable sucesión de mentiras y jeremiadas, desde estadísticas falsas a acusaciones de fraude electoral, pasando por la fabricación de un virus chino y exportado por vía aérea. Una verdadera lástima que ni el reglamento ni el protocolo del hemiciclo lo permitan porque, convenientemente ataviado con un sombrero y una peluca color zanahoria, Abascal habría ganado muchos puntos como orador.

De hecho, hace ya varias décadas, otro político de la misma escuela ideológica de Abascal trepó a la tribuna tocado de un tricornio, sacó una pistola, pegó varios tiros al techo y gritó un escueto: "¡Quieto todo el mundo!" La ultraderecha no es que tenga muchas ideas que ofrecer a la ciudadanía, ni en medio de una crisis galopante, ni en medio de una pandemia mundial, ni en medio de una verbena, pero al menos hay una que tienen clarísima: hay que quitar del poder a estos rojos de mierda, que van a arruinar España y nos van a llenar esto de ateos, de pobres y de moros. El coronel Tejero lo dijo con muchas menos palabras y, poco antes de la moción de censura, en una televisión pública, el vicepresidente del partido, Ortega Smith recordó que Franco ganaba elecciones con mucha más legitimidad moral que las celebradas durante la República: "Otra cosa es si eran democráticas o no, pero siempre las ganaba el régimen". Sus declaraciones podían ser atribuidas tanto a los grumos del virus chino como a la costumbre de la ultraderecha de tomar el parlamento por asalto.

Aparte del papelón, el bochorno y el espectáculo, no es que la moción de censura presentada ayer desde lo más hondo de la caverna vaya a servir de mucho, excepto para ver si Pablo Casado sale por una vez de ella y guiña los ojos cara al sol, o bien se junta con sus correligionarios hasta las últimas consecuencias y montan otra vez una sucursal de Atapuerca. Al fin y al cabo, Vox no es más que una rama desgajada del gran tronco del PP, dos hermanos que, entre pacto y pacto, bien pueden acabar a golpes, como Caín y Abel, Rómulo y Remo o Chicolini y Pinky.

 

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