Punto de Fisión

Casado en buena compañía

Casado en buena compañía
El líder del PP, Pablo Casado (d) saluda al expresidente francés Nicolás Sarkozy (i) antes de participar en la mesa sobre "La sociedad abierta y sus enemigos" en la tercera jornada de la convención nacional del Partido Popular, este miércoles en Madrid. EFE/ J.J. Guillén

Será la juventud, será la inexperiencia, pero se ve a la legua que Pablo Casado es uno de esos tipos que no puede estar solo, igual que esos niños que siempre tienen estar acompañados de una persona mayor o de un montón de juguetes, de otro modo se aburren como monos. Cuando no está subido a un tractor, está ordeñando una vid; cuando no está cuidando una piara de cerdos, está interrogando a una hogaza de pan; cuando no está fingiendo que abrasa un filete, se está asomando a un microscopio. Si le fallan las ovejas, se va a acariciar caballos, y si se le desmandan los caballos, se va a cuidar gallinas: el caso es que compañía nunca le falta. Hasta cuando se va al retrete a fotografiarse se pone a hablar con el espejo.

Esta semana, en la convención nacional del PP, Casado intentó reforzar su maltrecho liderazgo en el partido rodeándose de varios pesos pesados, incluso de su antecesor en el cargo, Mariano Rajoy, un hombre del que renegó, en el sentido más cristiano de la palabra, hasta el punto de afirmar que aquel PP que acababa de heredar, corrupto y podrido hasta las cachas, ya no existía. El suyo era otro PP, renovado de arriba gracias al mismo principio de regeneración por el cual los órganos del cuerpo humano se van reemplazando célula a célula, como si fuesen ministros. De hecho, el Mariano Rajoy que acudió a echarle una mano el lunes ya no tenía nada que ver con el otro Mariano Rajoy -el que salió del gobierno pringado hasta la barba- salvo en la barba, las gafas y los chascarrillos.

Para demostrar que no le asusta lo más mínimo que lo relacionen con gente sospechosa, el miércoles Pablo Casado se dio el gustazo de apoyarse en el hombro de Nicolas Sarkozy, un hombre que abandonó la presidencia francesa por la puerta de atrás, condenado por diversos cargos de corrupción y tráfico de influencias, y del que dijo que había que tomar ejemplo. Entre la plana mayor de Aznar, vestida de traje de rayas; la banda de cuatreros de Aguirre, que no le hacían ascos ni a los botes de cremas del Eroski; y las diversas tramas criminales del gobierno mariano, no se entiende muy bien que Casado necesite tomar ejemplo de corruptelas del extranjero, pero Francia siempre ha sido un faro para la moda española excepto en lo que respecta a la república, la libertad, la igualdad, la fraternidad y la guillotina.

Puesto que Casado es un líder que vive al día y la sentencia contra Sarkozy ya tenía unos meses de retraso, ayer mismo una jueza francesa le dio un empujón más a la intención de voto al sumar otra condena por financiación ilegal al brillante currículum de fechorías del ex mandatario francés. Quien recordó que, once años atrás, vio por primera vez a Casado en el Elíseo y le vaticinó que sería presidente de España algún día. La mesa que compartieron se llamaba "La sociedad abierta y sus enemigos", un título que era todo un acierto además una declaración de principios.

Por último, en Sevilla fue Aznar quien apadrinó a Casado, relegando a Díaz Ayuso al papel de segundona y reiterando la profecía de Sarkozy de que muy pronto alcanzará la jefatura del gobierno. Jose Mari añadió que el olfato no suele fallarle en estas cuestiones y tiene razón: no hay más que echar un vistazo al ejecutivo del que se rodeó, con doce ministros de catorce imputados o a punto de serlo, y unos cuantos entre rejas. No cabe duda de que Casado sabe rodearse de excelentes compañías, aunque para cerrar la convención nacional por todo lo alto este fin de semana tendría que llamar a Al Capone.

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