Punto de Fisión

A ver si el novio va a ser de Bildu

 

Isabel Díaz Ayuso. Ricardo Rubio / Europa Press
Isabel Díaz Ayuso. Ricardo Rubio / Europa Press

 

En las declaraciones de Ayuso del miércoles hay tal cantidad de inexactitudes, infundios, medias verdades y trolas puras y duras que resulta difícil aceptarlas, incluso si uno es un fanático de Ayuso. Hay que tener el estómago de una boa constrictor para digerirlas de una en una, no digamos ya todas a la vez, que la pobre boa podría acabar como el dibujo aquel del sombrero en El principito, que al final era una serpiente comiéndose un elefante. De cualquier modo, el fanático ayusista es capaz de tragar lo que sea, un sombrero, un elefante, una boa constrictor, un piso, un ático, una inspección de Hacienda, mentiras más gordas que una plaza de toros y siete mil y pico de ancianos muertos.

En el epicentro de la polémica está el novio, Alberto González Amador, un técnico sanitario que aprovechó el clima de libertad que se respira en el entorno de Ayuso para medrar hacia lo alto de la escala social en un tiempo récord, establecer un negocio de compra y venta de mascarillas durante la pandemia, defraudar a Hacienda a base de sociedades pantalla y facturas falsas, comprarse un piso de un millón de euros y un Maserati del que debe varios impuestos y un par de multas. Al igual que la aspirina, el aloe vera o Esperanza Aguirre, a Alberto González cada día se le descubren nuevas propiedades: más o menos en el mismo momento en que Ayuso defendía que su novio sólo tenía un piso que no llegaba al millón de euros, salía a la luz que no era un piso sino dos, un dúplex valorado en algo más de dos millones cuya última planta consiste en un ático coronado con una bandera de España, porque plantar un estandarte con la bandera pirata o el símbolo del dólar era dar demasiadas pistas.

"Ahora toca el novio, mañana será Bolbo, el perro", dijeron desde el equipo de la presidenta y, tal y como van las cosas en este saqueo familiar de las arcas públicas (el padre, la madre, el hermano, el novio) no nos extrañaría nada descubrir que Bolbo ha montado un holding de bolsas para recoger excrementos caninos junto a una trastienda para trapichear friskies caducados. En los alrededores de Ayuso cualquier cosa es posible, desde miles de abuelos que mueren abandonados a su suerte a un megahospital construido por arte de magia sólo para almacenar aire, pasando por una serie de parientes agraciados por el toque de la fortuna. No hay que pensar mal: debe ser que los demás habitantes de la Comunidad, aparte de pusilánimes y poco emprendedores, somos gilipollas.

Con todo, Ayuso permanece incólume en medio de ese festival de billetes y mierda, inmune a la corrupción de un entorno familiar y personal que se hizo de oro mientras sus compatriotas agonizaban por millares. En la Tabla Redonda de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre inició la tradición del Asiento Peligroso, el de presidenta, que dota a su ocupante de la capacidad para atravesar indemne los lodazales y estercoleros del cargo: atropellos en la Gran Vía, corruptelas, comisiones millonarias y máster de la Señorita Pepis entre otros muchos desmanes. A Cristina Cifuentes tuvieron que dimitirla a la fuerza, desde sus propias filas, filtrando un video donde se la veía en los quehaceres propios de un dirigente del PP. Ayuso, de momento, sigue nadando tan tranquila en medio de una piscina de detritus: Esther Williams entre cocodrilos. A ver si al final el novio va a ser de Bildu.

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