A quién le interesa continuar la falacia de que la literatura no interesa, de que los jóvenes no leen ni muestran el menor impulso hacia el conocimiento? Regreso de la cálida Linares. El sol convierte el mármol de las escaleras en un cuchillo para los ojos, y la piel se retuerce, al contacto con la luz, como las maderas que antes de ayer ardieron en las hogueras. Jóvenes de toda Andalucía, entre los catorce y los dieciocho años, han participado en un concurso de narrativa y de poesía convocado por un instituto de secundaria. De entre los ganadores, varios lo fueron en otras ediciones. La escritura se convierte en una benigna droga, con una adicción al reconocimiento.

Como ante todas las drogas, los padres desfallecen. Algunos temen por el futuro de sus hijos, brillantes, sensibles, inteligentes. Si la literatura, o el arte de escribir, o el conocimiento en su sentido más básico, se convirtiera en algo revalorizado, (y en nuestras manos, las de los padres, los educadores, los referentes de opinión y de prestigio se encuentra esa labor: si en los castings para ser cantante, o modelo, o simple bulto observado a todas horas, se ha conseguido la atención general, ¿cómo no lograrla para oficios más relevantes?) el camino de este país de sol y playa, de tozudez y timo, tomaría una dirección distinta.

Andalucía es una grandiosa tierra, pródiga en poetas. Lo es porque alimenta, desde su historia y sus ejemplos, a quienes contemplan la realidad en líneas truncadas. La lengua española, con su sorprendente ejercicio de diminutivos, de jerga y de dobles significados, debería dar aún gloriosos cronistas, filósofos, publicistas, escritores, periodistas, manipuladores varios de idioma y de voluntades. ¿A quien interesa que eso no se haga? Los jóvenes que premié ayer, nacidos en los noventa, con un dominio de Internet y una seguridad en sí mismos que envidiamos los que luchamos por cada fragmento de información y de autoestima, lo preguntan y no ceden ante lo fácil. De ellos es lo que falta.