Dentro del laberinto

Y comió

El país más poderoso del mundo nos ofrece ahora parte de sus miserias en las portadas que dedica a una niña de 16 años, bien alimentada, educada en la tradición creacionista y embarazada de su novio adolescente. Por desgracia, esa historia la hemos leído antes con otros nombres, en otras ocasiones. Las niñas criadas en familias restrictivas tienen una sorprendente habilidad para quedarse embarazadas. Basta con que las miren con cierta intensidad. A la criatura, que al parecer va a integrarse en la familia de la muchacha y de su madre, es de presumir que no le faltará de nada.

Eso nos deja mucho más tranquilos, porque suficientes peligros acechan a los nasciturus como para añadir el del hambre y la necesidad.

La abuela de esa criatura por nacer es partidaria de que el creacionismo se enseñe en las escuelas. Yo estoy de acuerdo, siempre que también se enseñe wicca, tarot y algunas nociones de astrología que, como mis alumnos de literatura saben, favorece la construcción de personajes y da mucho juego en las conversaciones sociales. Quedaría por ver si el saturado programa de secundaria estadounidense puede permitirse unas horas tan ornamentales, cuando podrían dedicarse, es un decir, a profundizar en las tragedias de Shakespeare o la lectura de La tierra baldía. Pero de nuevo se me ve el plumero.

En un momento de crisis religiosa, es lógico que las supersticiones ocupen el espacio de las creencias. Resulta tan tranquilizador un guía eficaz mes a mes, día a día. Las cartas, los hermosos naipes del tarot tranquilizan y anticipan. El creacionismo, esa superstición a largo plazo, calma de la misma manera, incluso con efectos retroactivos. Una de las misiones del líder, del adulto, en definitiva, consiste en asumir las responsabilidades de una decisión libre y meditada. La voluntad de los dioses ha sido siempre tirando a inescrutable y ha necesitado intérpretes. Cada cual necesita sus muletas. Pero sería preferible que cada cual escogiera las suyas.

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