Dentro del laberinto

Autorretrato

Centenares de coches alineados, con una precisión neurótica, en las zonas logísticas donde aguardan su venta. Como los enfermos agonizantes en la estación de Atlanta, cuando los yanquis están a punto de trastornar la vida de Escarlata para siempre, como las naves que puntean el mar que separa a los griegos de Troya, esa repetición de formas, de colores, de tamaños idénticos aturde como un remedo torpe del universo, de la eternidad.

Centenares de coches esperaban correr por las carreteras, aplacado el medio ambiente por las promesas de menor contaminación, con el afán de aumentar la autoestima y estatus de sus compradores, ayuda mediante de los planes de renovación, la UE y la vanidad congénita nacional.

Ahora se agostan y se mueren, si esas máquinas pueden morir, como se eliminan en las colmenas las abejas sobrantes en tiempo de hambre. Pero en este caso la abeja reina no cesa de parir huevos de coche, porque las abejas obreras, de lo contrario, morirán de hambre, de falta de trabajo, de miedo ante la pérdida de empleo y de casa. Como un retrato efectuado en un espejo de la sociedad contemporánea, los coches se apilan como lo hacen los libros devueltos a las editoriales, las prendas que no se venden ni con las mejores ofertas, todo lo que creíamos imperecedero pero que, por las circunstancias, parece superfluo y, por lo tanto, inútil. Los valores que se asociaban a ellos carecen ahora de sentido. Ha pasado en muy poco tiempo, la sorpresa de quien mira sólo a su mesa y de pronto, al elevar los ojos, se ve en medio de la nada, con el viento en sus oídos. ¿Cuándo ha ocurrido?

Sobra de todo cuando nadie lo quiere. Pronto, junto a ese exceso, aflorará la pobreza. La ironía de la abundancia tiene forma de coche. Centenares, absurdos coches.

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