Dominio público

Llega Vox, toca cuidarse, digo adiós a Twitter

Virginia P. Alonso

Directora de 'Público'

Llega Vox, toca cuidarse, digo adiós a Twitter
El presidente de Vox, Santiago Abascal a su llegada a un mitin celebrado en Sevilla, a 25 de mayo de 2023, en Sevilla, (Andalucía, España). Joaquin Corchero / Europa Press

Somos muchas las que sabíamos que este momento acabaría llegando, las que teníamos la certeza de que Vox entraría en las instituciones de la mano del PP (más allá del experimento de Castilla y León). No por esperado impacta menos. Resulta aterrador si eres mujer, una persona LGTBIQ+ o ambas. No hay más que mirar a Polonia, Hungría o EEUU. Y esto no ha hecho más que empezar.

El castigo contra quienes defendemos los derechos humanos va a llegar tan raudo como el anuncio del pacto entre el PP y la extrema derecha para gobernar el País Valencià. Y en los próximos días muchos ayuntamientos acabarán en manos de ese bloque de nuevo cuño que podría entrar por la puerta grande del palacio de la Moncloa en poco más de un mes.

Toca pensar en nosotras, toca cuidarnos. Y de eso va este artículo, pero déjenme recordar antes algunos detalles.

La extrema derecha, anticonstitucionalista (Santiago Abascal ha dicho en varias ocasiones que no quiere Estado autonómico), ha encontrado en este país una puerta abierta de par en par con la excusa de que tenía representación parlamentaria. Su ‘normalización’ política y mediática ha sido tan veloz que recordarla ahora asusta.


Muy difícil no lo han tenido. Nadan en aguas cálidas y tranquilas. No hace frío para ellos en un país que estrenó la actual democracia hace menos de cincuenta años. Es más, ha tenido que pasar casi medio siglo para llamar Cuelgamuros al Valle de los Caídos y para aprobar una ley de memoria democrática que, por cierto, tiene los días contados si Feijóo llega al Gobierno, tal y como ya ha proclamado el líder del PP.

Si a alguien aún le sorprende, sólo habrá que recordarle que la institucionalidad política patria nunca se ha sentido cómoda llamando fascismo al régimen totalitario de Franco. Eso a pesar de que la dictadura no habría sido posible sin la ayuda del nazismo alemán y del fascismo italiano, y de que el nacionalismo españolista extremo y el clasismo fueron señas de identidad del régimen, al igual que lo fueron de las ideologías totalizantes del siglo XX.

El PP de Feijóo es heredero directo de ese régimen (Alianza Popular fue fundada por siete personas, seis de las cuales habían sido ministros franquistas) y Vox no es más que una escisión de los populares. Eso explica la velocidad de su hermanamiento con el partido de Santiago Abascal y algunos anuncios del gallego: aparte de derogar la ley de memoria democrática, también quiere eliminar la ley trans, "ajustar" la ley de eutanasia y suprimir el Ministerio de Igualdad.


El anuncio del acuerdo en el País Valencià lo hizo el líder de Vox en esa Comunidad, un señor condenado por violencia machista. "Loca", "imbécil", "puta" llamaba este individuo a su mujer. Y esto no es un síntoma. Es la enfermedad.

Vox niega la violencia de género, la crisis climática, la diversidad en cualquiera de sus formas. El PP un poco menos o lo disimula mejor, en cualquier caso. Vox quiere poder en Educación, Agricultura, Familia, Asuntos Sociales... Y el PP no va a tener problema en cedérselo, no hay que ser muy sagaz para entender por qué.

Que los populares no saben perder unas elecciones ya no es noticia después de que no hayan reconocido al Gobierno de coalición como legítimo desde la misma sesión de investidura. Pero lo que asusta de verdad es que ni los de Feijóo ni los de Abascal saben tampoco ganar. Recuerden: "A por ellos, oé". Cowboys lanzando disparos (al aire, esperemos).

El advenimiento de estas dos fuerzas políticas llega después de un movimiento revolucionario como ha sido el de las mujeres en los últimos diez años. Dice y escribe Cristina Fallarás que las revoluciones no se aplauden, se castigan. Y las últimas resoluciones del Tribunal Supremo relativas a Irene Montero son un buen ejemplo.

Es decir, no es solo que vayan a frenar cualquier avance conseguido, es que quienes hemos defendido desde la primera línea nuestros derechos, especialmente si somos mujeres y muy especialmente si somos mujeres y opinamos libremente en la escena pública, vamos a estar en el punto de mira. Aún más.

Por eso he decidido cerrar mi cuenta de Twitter tras meditarlo durante un tiempo en el que siempre he tenido la certeza de que el bloque PP-Vox acabaría por llegar adonde ya está llegando. No es que Twitter sea ahora mismo un lugar en el que apetezca estar, más bien todo lo contrario. Es un espacio hostil, en el que no caben apenas la reflexión ni el sentido común; un cosmos al que una masa de personas —o máquinas— se asoma para agredir al de al lado. Anticipo que a partir de ahora será aún peor.

Llegué a esa red social en 2009 y aún recuerdo la sensación de estar en una especie de corrala de vecinos, en la que conversábamos, debatíamos y nos llegábamos a conocer en persona, siempre desde el respeto, muchas veces desde la admiración. Cubrí el 15M a través de Twitter y fue un intenso, bello e inmenso aprendizaje; me llevó hasta personas que me han aportado mucho, tanto en el ámbito personal como en el profesional. Con algunas aún camino de la mano.

Siempre defendí Twitter como una herramienta de democracia social y participativa, como un instrumento útil para que la ciudadanía denunciara abusos y excesos. Lo hice durante los catorce años que presidí la Plataforma por la Libertad de Información (PLI) y durante los siete que pertenecí a la Junta Ejecutiva del International Press Institute (IPI).

Pero lo que es hoy no se parece ni por asomo a lo que fue y pudo ser.

Lo único que me ha frenado hasta ahora es mi papel como directora de Público, la responsabilidad de representar en esta red social al medio que dirijo. Ahora creo que he malentendido esa responsabilidad. Quien quiera conocer mi opinión, sabe dónde encontrarme. Quien quiera conocer mi trabajo, este se ve reflejado cada día en la portada, informaciones y análisis de Público.

Algunas personas cercanas me han advertido de que es un error, que marcharme/marcharnos es ceder un espacio precisamente a los ultras y a los machistas. Es posible, pero ese espacio ya está ocupado por ellos. Es una realidad y darse cabezazos contra ella sólo nos llevará al centro de salud, en el mejor de los casos. Ya lo dijo Ortega, el esfuerzo inútil conduce a la melancolía. Y cuando el fascismo asoma la nariz, replegarse parece lo más inteligente.

No va a cambiar nada el hecho de que yo salga de Twitter. Ni siquiera he mantenido un perfil alto en los últimos años y mi volumen de seguidores no supera unas cuantas decenas de miles. No es esa la razón por la que me marcho. Lo hago para protegerme a mí misma de un ambiente extremadamente tóxico y de quienes tengan la tentación de convertirme en un saco de boxeo virtual. Y lo hago tras conocer de primera mano, gracias a mis colegas polacos y húngaros, las consecuencias para periodistas y medios disidentes de estar gobernados por la extrema derecha.

Esta semana he soñado que una manada me violaba de la manera más salvaje y me golpeaba hasta matarme. No sucederá, sus maniobras ahora son mucho más sutiles, encaminadas a minar la reputación y la credibilidad de quienes estamos en esa primera línea y defendemos lo que ellos quieren destruir. Pero al menos ya no podrán decirme en Twitter que merezco ser violada o que nadie me violaría ni con el palo de una escoba. Algo es algo. Y sólo puede ser mejor.

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