Dominio público

Periodismo o trinchera

Virginia P. Alonso

Directora de 'Público'

Periodismo o trinchera
Tuit de Virginia P. Alonso y respuesta de un usuario de Twitter

La sostenibilidad de los medios de comunicación ha pasado a ser el arma arrojadiza de quienes entienden el periodismo como una trinchera.

El tuit que encabeza este artículo es un ejemplo. No sé siquiera a qué hace referencia, pero es la respuesta a un titular que apunta a un error grave del Tribunal Supremo que puede tener consecuencias fatales, que ningún otro medio recoge y que es fruto del trabajo periodístico de personas que llevan años informando sobre Justicia y derechos humanos.

No me guío por el ruido en Twitter, pero esa reacción sirve como muestra de los mensajes que recibimos a través de redes sociales o en los comentarios a las noticias. En Público y en otros medios.

Mensajes que se resumen en la amenaza de retirar la suscripción cuando alguien escribe algo diferente a lo que el lector esperaría.


Tal vez sea fruto del enconamiento político, ya no entre derecha e izquierda, sino dentro de las propias izquierdas. Pero lo que creo seguro es que refleja bien el desencuentro ciudadano con la política y, desde luego, también con el periodismo.

Admito que buena parte de esta ‘mala prensa’ nos la hemos ganado a pulso como colectivo. No hay más que recordar la cobertura que El Mundo hizo del 11M o cómo periodistas de demasiados medios han funcionado como altavoz de Villarejo. Son sólo dos ejemplos, hay miles más.

Sin embargo, el panorama mediático ha cambiado mucho, muchísimo, en los últimos veinte años. De unas pocas cabeceras que se repartían el impacto y los ingresos, a una atomización de medios, la mayoría pequeños, muchos medianos y los grandes, contados con los dedos de una mano.

Esto ha permitido una diversificación del escaparate periodístico sobre todo en cuanto a ensanchamiento del espectro ideológico. Ahora hay más medios en el ‘espacio progresista’ que los que haya habido nunca en el último siglo.

Pero los ingresos siguen repartiéndoselos los de siempre, y esa es la razón de que la mayoría de ellos promuevan y aplaudan políticas neoliberales, conservadoras, ultraconservadoras e incluso en ocasiones antidemocráticas. Hacerlo tiene premio. Denunciarlo y hacer información que pone en situaciones difíciles a los poderosos no solo se castiga: no se perdona.

Público ofrece desde 2018 todos sus contenidos en abierto y de forma gratuita (salvo los monográficos informativos trimestrales), y pide a sus lectores abonar una cuota mensual como respaldo a un proyecto periodístico independiente, centrado en la defensa de los valores democráticos y los derechos humanos, y articulado en torno a estas banderas editoriales.

No cobramos a nadie por leer información porque estamos convencidas de que todo el mundo, sea cual sea su situación económica, debe poder acceder a ella de manera libre y gratuita. Y, aunque una parte importante de nuestros ingresos lleguen a través de publicidad, el volumen de suscriptoras y suscriptores nos permite ser cada vez menos dependientes de anunciantes.

La decisión de dar el paso al modelo de suscripción obedeció principalmente a la dificultad para obtener ingresos publicitarios acordes al volumen de audiencia de Público; dificultad que viene dada precisamente por la incomodidad que generan las informaciones que publicamos: críticas, enfocadas en los abusos de poder y en las amenazas a los derechos de todas y todos.

Por eso las suscripciones son una vía fundamental para el sostenimiento de Público y una garantía de libertad y de independencia.

Qué paradoja que el ejercicio de esa independencia acabe esgrimiéndose como argumento de presión contra el propio medio cuando algunos lectores se sienten "traicionados" por leer opiniones que no coinciden con las suyas o por encontrar en su medio informaciones sobre hechos de los que preferirían no leer.

Qué paradoja que algunos lectores anuncien su castigo a sus medios de referencia como forma de protesta política. Supongo que es un espejo de lo que somos.

El consumo masivo de información a través de redes sociales ha provocado un cambio drástico en la manera de acercarse a los medios de comunicación. Se leen artículos como unidades que acaban por constituirse en un todo. Y así se mide a un medio por un artículo concreto. O por una ensaladilla de piezas informativas encontradas en Google o al azar de los algoritmos de las redes sociales.

Desaparecen la memoria, las referencias temporales, la trayectoria y el conjunto. Solo queda el ahora, en forma de 800 palabras tan fugaces que mañana habrán sido olvidadas.

Pero un medio es mucho más que un artículo o una suma de ellos. Un medio es un todo, una globalidad que sólo puede analizarse como tal. Es una jerarquía informativa y es una selección. Es lo que publica, pero también —y sobre todo— lo que no publica. Es la combinación de información y de opinión. Y es, a mi juicio, rigor, contexto y enfoques en la información, y diversidad en la opinión.

Como lectora y como periodista busco conformar mi visión de la realidad a partir de un crisol de informaciones que me expliquen los porqués de lo que sucede; y de opiniones que me hagan dudar de mis planteamientos y que me obliguen a reflexionar y a repensarme como miembro de una sociedad compleja y cambiante.

Como directora de este diario, trabajo para que quienes se acerquen a Público encuentren en nuestros textos y vídeos profundidad, rigor, relevancia, interés, análisis y respuestas a las preguntas que cualquiera pueda plantearse sobre acontecimientos que modelan nuestro paso por el mundo.

Por eso la pluralidad de opiniones dentro de la izquierda es y seguirá siendo una seña de identidad de este medio. Y por eso aquí escriben desde Gabriel Rufián hasta Ana Pontón o Arnaldo Otegi, pasando por Cristina Fallarás, Jonathan Martínez, Noelia Adánez, Santiago Alba Rico, Gabriela Wiener, Juan Carlos Monedero, Alana Portero, David Torres, Marta Nebot, Aníbal Malvar, Ana Pardo de Vera, Pablo Bustinduy, Gioconda Belli, Guillermo Zapata, Ana Bernal, Barbijaputa o Miquel Ramos, entre muchos otros.

Todas ellas y todos ellos, además de los periodistas de Público, son la mejor vacuna contra el pensamiento único, contra el rechazo a la divergencia, contra la intolerancia, contra esa sombra oscura y viscosa que se cierne sobre los demócratas disfrazada de eufemismos para no llamarla por su nombre: fascismo.

Hay una columnista de este diario que al referirse a Público siempre dice: "Es casa. Público es casa".Eso queremos que sea. La casa de quienes creen que un mundo más justo es posible y que en nuestra mano está conseguirlo; aunque piensen distinto y precisamente porque piensan distinto. Frente a las trincheras, periodismo. Ni más ni menos.

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