Ecologismo de emergencia

Representación política también para los animales

Juan Ignacio Codina

Periodista, doctor en Historia Contemporánea y activista por los derechos de los animales

Representación política también para los animales
Londres, 1906. Miembros de The London & Provincial Anti-Vivisection Society manifestándose en contra de la crueldad hacia los animales y para incluir sus demandas en la agenda política.

En el actual panorama político, y ante un año en el que vamos a afrontar dos importantes citas electorales, cabe plantear una reflexión lo más sosegada y constructiva posible acerca del voto animalista y antitaurino. Es bien sabido que el sistema electoral español perjudica a formaciones pequeñas que se presentan en todas las circunscripciones imposibilitando, con los porcentajes en la mano, poder alcanzar representación en las instituciones. Esto, nos guste más o menos, es una realidad.

Ante esta situación merece la pena considerar la posibilidad de utilizar nuestro voto de un modo estratégico más que simbólico. De una manera pragmática, sumando en vez de restando.

No cabe duda de que resulta legítima la existencia de pequeñas formaciones políticas que, prácticamente, hagan de la defensa animal su única bandera. Es más, en otros tiempos, cuando en nuestro país imperaba el bipartidismo PP-PSOE, en un escenario en el que políticamente los animales no aparecían en ningún programa electoral, estas formaciones resultaban imprescindibles. Pero, a medida que han ido surgiendo y afianzándose en España formaciones progresistas emergentes, que defienden a los animales tanto desde los programas electorales como desde las instituciones públicas —en las que sí cuentan con representación e incluso forman parte de gobiernos—, cabe reflexionar, lo expongo una vez más, acerca del sentido del voto animalista y antitaurino.

Pero la reflexión también debe llevarse a cabo desde dentro de los propios partidos exclusivamente defensores de los animales de los cuales, por cierto, cada vez existen más, tanto a nivel nacional como regional. Tal vez deberían plantearse unirse a las grandes confluencias, sumarse a los proyectos y coaliciones, para así garantizar que sus postulados vayan a tener incidencia en la agenda política. Y es que se puede intervenir desde fuera, pero se influye mucho más desde dentro. Y, sin representación, sin voz, son los animales los que salen perdiendo.

El ejemplo más claro de la importancia de que nuestro voto sirva para que los animales cuenten con representación lo encontramos en esta misma legislatura. Con un gobierno progresista, en el que Unidas Podemos ha logrado inclinar al PSOE hacia el avance en derechos, evitando que los socialistas se escoraran hacia posiciones más reaccionarias —como, con muy honrosas excepciones, llevan haciendo casi desde la Transición—, se han logrado importantes e históricas mejoras legislativas en materia de derechos y protección de los animales.

A veces queremos creer que algunos problemas tienen soluciones fáciles. Yo también llegué a creer en eso. Pero la experiencia y el conocimiento me han enseñado algo muy distinto: nada, absolutamente nada, va a cambiar en la cuestión animal si no se apoya a los partidos, coaliciones o confluencias que realmente tengan oportunidad de lograr representación, de formar gobiernos, de hacer proposiciones de ley, de promover, desde las instituciones, iniciativas legales a favor de los animales.

El maestro Azorín acuñó en su momento el concepto de "patriotismo reflexivo" para oponerlo a ese falso patriotismo de eslóganes, de golpes de pecho, de sentimientos, de banderas y de gestos vacuos, un supuesto patriotismo que, en realidad, no pretende el progreso de la nación. Parafraseándolo, deberíamos hablar de  "animalismo reflexivo" o de animalismo crítico. Muchos y muchas no estamos aquí para hacer amistades ni para recibir palmaditas en la espalda. La responsabilidad es más fuerte que todo ese artificio autocomplaciente.

Y es desde mi responsabilidad desde la cual me expreso. El voto es libre, esto es una obviedad, pero las reflexiones también lo son. Y la mía es esta: nuestro voto, el de aquellos y aquellas que nos preocupamos por el eslabón más desvalido y desprotegido de nuestra sociedad —el que conforman los animales— debe concentrarse, para ser útil, para ser útil para los animales, en aquellas formaciones progresistas que habiendo gobernado han demostrado, con iniciativas legales que ya están en el BOE, que es posible soñar con una sociedad más justa y empática. Aquellas con diputados y diputadas, y ministras —López de Uralde o Ione Belarra, por poner un ejemplo— comprometidas contra el maltrato animal. Y esto debería ser así mientras las pequeñas formaciones animalistas sigan sin querer sumarse al cambio, sin querer unirse a las confluencias.

Soñemos, pero con los pies en el suelo. Soñemos sabiendo que, históricamente, los grandes avances, los grandes progresos, no se han logrado nunca de manera homogénea ni de la noche a la mañana. Lamentablemente no ha sido así. Y, lamentablemente, en el caso de los animales y sus derechos tampoco va a ser así.

A estas alturas una cosa está clara. El avance en materia de derechos de los animales está unido al progreso. Así ha sido históricamente y así seguirá siendo. Las posiciones reaccionarias o conservadoras son incompatibles con ampliar derechos. Y, en el arduo y lento camino que nos ha de llevar a la perfección moral, a ampliar los círculos de la empatía y de la compasión no solo sobre otras razas o sobre otros colectivos, sino también ampliándolos para incluir en ellos a los animales no humanos, hemos de caminar de la mano del progreso. El progreso se convertirá en un simple eslogan si no tiene en cuenta la lucha por los derechos animales. Y progresar también pasa por  aprender, cambiar y rectificar. Y por reflexionar.

Como decía al principio, este año nos enfrentamos a dos importantes citas electorales, una en mayo —en apenas unos días con las autonómicas y  municipales—, y otra previsiblemente a finales de año con las generales. Cada uno y cada una tenemos una gran responsabilidad. Y debemos asumirla. Convirtamos el nuestro en un voto útil para los animales. De nada sirve el voto simbólico a formaciones con muy buenas intenciones pero que, lamentablemente, no alcanzarán el porcentaje mínimo como para obtener representantes. Muy al contrario, con nuestra ley electoral hay que concentrar el voto en confluencias con posibilidades reales de obtener representación, de formar grupos municipales o parlamentarios propios, de poder gobernar en solitario o en coalición, y de presentar iniciativas legislativas. Con los animales no se juega. Y nos estamos jugando mucho. Votemos con responsabilidad, votemos útil para los animales. Hagamos que nuestro voto cuente, porque nuestro voto es su voto.

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