Tierra de nadie

Míster Depende no era un disfraz

Prometía ayer Rajoy en su investidura que nos diría siempre la verdad, y con ello declaraba inaugurado un nuevo tiempo político en el que al pan se le llamaría pan, y al vino, vino, lema de una forma de gobernar a calzón quitado por la que intuía que no recibiría aplausos, halagos o lisonjas. Parecía que el hombre que nunca concretaba iba a recitar la letra pequeña de sus reformas, y con ese ánimo nos dispusimos a presenciar un desnudo integral, casi pornográfico, de sus propuestas más duras. Debió ser por el frío o por el horario infantil, pero el caso es que quien hoy será presidente apenas si se entreabrió la gabardina.

Fue todo tan etéreo como esa alusión suya a las "nubes de la pesadumbre" que se irían retirando del cielo gracias al esfuerzo colectivo. Habrá que reducir el déficit en al menos 16.500 millones de euros, pero ignoramos cómo; habrá saneamiento del sector financiero, si bien persiste la incógnita de cuál será la factura y si la pagará el contribuyente; es inminente una reforma laboral, de la que sólo sabemos con certeza que demolerá los puentes; habrá también una reforma fiscal integral que, como no será inmediata, no tenemos por que conocer; se reformará la Administración, las televisiones públicas, el bachillerato, las subvenciones, los organismos reguladores y el modelo energético, y todo ello sin mayores precisiones.

Salvo que las pensiones saldrán del congelador y que tendremos un ministro de Agricultura, todo lo demás fueron buenas intenciones. Rajoy intentará crear empleo, no subir los impuestos, no dar dinero público a los bancos y que el Estado del Bienestar siga siendo reconocible. Si mantiene la jubilación a los 67 años es para no hacer un feo al Gobierno anterior. No se compromete a nada más porque, según explicó, no quiere tener que rectificar luego. "A mi me gustan las cosas claras", remachó. Va a ser que sí.

En contra de lo que se presumía, la ambigüedad no era una estrategia sino la forma de ser de este gallego al que siempre pillamos en mitad de una escalera sin tener claro si sube o si baja. Míster Depende existe; no era un disfraz.

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