Tierra de nadie

Blesa se hunde, Aznar se hace a la mar

De la amistad, en general, se habían escrito muchas ñoñerías hasta que llegó Ambrose Bierce y dio con la definición exacta: "Barco lo bastante grande para llevar a dos cuando hace buen tiempo, pero sólo a uno cuando empeora". En medio de la tempestad, arrojado a las procelosas aguas de Soto del Real tras haber recibido su preservativo y su peine reglamentarios, lo último que le queda por ver al interno Miguel Blesa es cómo Aznar se pira en la carabela con rumbo ignorado. Mecachis en la mar.

Éste es un país de amiguitos del alma, como bien sabe Francisco Camps, el de los trajes con ceñidor trasero. Cuando fulanito tiene un carguito lo primero que piensa es cómo colocar a su tronco, con independencia que la vacante sea de geólogo y la única experiencia del susodicho sea la haber lanzado cantos rodados con tirachinas. Al fin y al cabo, nadie nace sabiendo.

Hablando de piedras, en el PSOE no podrían lanzar la primera pero lo del PP ha sido una lapidación en toda regla a cuenta de la privatización de las empresas públicas, en cuyos sillones sólo podían sentarse aquellos que demostraran fehacientemente ser amigos de Aznar, Rato o Manuel Pizarro, que fue el gran inspirador de la nueva casta de ejecutivos del aznarismo. Si uno elegía a Villalonga, por eso de que el pupitre une mucho, o a Martín Villa, cuyos huevos de dos yemas son muy celebrados, el otro hacía lo propio con Francisco González o César Alierta, y el de más allá le buscaba a Alfonso Cortina una petrolera apañadita que tampoco es moco de pavo.

Como se vio después, no se trataba sólo de dar rienda al capitalismo popular y de pilotar el tránsito a lo privado de estas compañías, sino de tener a los colegas a los mandos de los principales resortes del poder económico y financiero, ya que habría sido una pena haber dado forma al sillón para luego dejar que se ahormase a otro trasero. Al blindaje político se superponía el accionarial, ya que las empresas colonizadas mantenían entre sí participaciones cruzadas, ya fuera para perpetuar al afortunado o para desalojarlo si la amistad se perdía o se pasaba de listo.

Todo ello se hacía, lógicamente, a mayor gloria del liberalismo porque los chicos de Aznar odiaron siempre el intervencionismo, despreciaron con toda su alma la politización en el caso de las cajas de ahorro y lo de colocar a amigos para que se hicieran ricos es que les repugnaba. Ya se sabe que la amistad es un sentimiento puro pero eso no impedía que muchos se hicieran la gran pregunta: si un presidente o un ministro, con sueldos que no superaban los 100.000 euros, enchufaban a sus compadres para que se levantaran varios millones al año, ¿a qué tenían derecho?

Blesa fue un flechazo de la época en que Miguel y José María opositaban a inspectores de Hacienda, aprobaron juntos y ocuparon sendas plazas en Logroño. Cuando Aznar le hizo presidente de Cajamadrid, el pobre Miguel estaba en un despacho de abogados haciendo declaraciones de la renta a deportistas de elite, de lo que se deduce que sus conocimientos bancarios eran enciclopédicos. Gracias en ocasiones a la interesada ayuda sindical y también de IU –de cuyo representante en el consejo nunca renegó-, Blesa se mantuvo más de 13 años en la poltrona, financiando las obras que consolidaban el poder del PP en Madrid, o a constructores a los que les gustaba el futbol y repartiendo migajas al resto. De haber sido por Aznar, que en cuanto supo que a su amigo le olía el culo a pólvora movió Roma con Aguirre para impedirlo, aún le tendríamos en el machito.

La justicia, la poética, le ha llevado, aunque sólo sea por unas horas, a la misma cárcel de Gerardo Díaz Ferrán, consejero de Cajamadrid por la gracia de Esperanza Aguirre que con razón era "cojonuda", y al que daba créditos a destajo justamente por ser amigo de la presidenta, el mejor de los criterios contables.

Ni Aznar, que como se ha dicho habrá levado anclas del puerto de Blesa y si te he visto no me acuerdo, ni por supuesto Aguirre son responsables de nada de lo sucedido en Cajamadrid, hoy Bankia. Si algo hicieron fue en nombre de esa amistad que tanto se parece a los taxis: cuando llueve como ahora no hay forma de encontrar uno libre.

Más Noticias