Tinta Mintenig

Voy al Sónar

sonarUno sabe enseguida que se acerca al recinto donde se celebra el Sónar, porque de repente te rodean centenares de chicos y chicas vestidos de uniforme: top o sostén de bikini y una faldita lo más corta posible, las chicas; camiseta guay o torso desnudo y bañador bermuda, los chicos; ambos, chanclas o alpargatas, gafas de moda, y mochilas o bandoleras. Crees encontrarte en Nueva York, porque todo el mundo habla inglés. También oyes el francés, el japonés, el alemán, el italiano (los italianos vienen a ligar, principalmente), y multitud de lenguas eslavas. La mayoría, muy jóvenes, pero hay de todo.son

El control de la entrada es riguroso, ya que a lo largo de los años han aumentado paralelamente la popularidad del festival y las tretas y falsificaciones para poder acceder al mismo. 30 euritos vale la entrada de día, 40 ó 48 la de noche, y 140 el abono para 3 días, aparte de los conciertos especiales. Una vez dentro del recinto, yo lo que hago es irme corriendo a ver las exposiciones, que suelen ser estupendas todas, porque sé que luego, a la que empiezas con los conciertos, no da tiempo y a veces me he quedado sin ver alguna, cosa imperdonable.Y el que quiera adquirir un producto de merchandising que lo haga pronto, porque a veces se agotan. Los mejores, para mí, son los abanicos, las gorras y las bolsas.

Yo siempre voy sola al Sónar, pero inevitablemente me encuentro con amigos. Solemos ser siempre los mismos, y aunque yo voy primordialmente a pasear, a observar, a bailar y a pasármelo bien, algunos de ellos son auténticos profesionales. Quiero decir que yo casi nunca sé a qué grupo voy a ver ni quiénes son los que están en ese momento sobre el escenario, y en cambio ellos los conocen a todos por nombre, procedencia y características musicales. Yo me dejo llevar, y la verdad es que me llevan muy bien. Ayer empezamos con los suecos Little Dragon, suavecitos para ir entrando en el tema, bajo el sollittle de justicia de las 4 de la tarde, sólo atenuado por la sombra de algún arbolito del Village. Por cierto, qué bien se baila ahí, en el Village, descalza, sobre la hierba artificial. Eso, a primeras horas, porque luego está el suelo lleno de vasos de plástico y colillas de cigarrillos y cigarritos, cuyo perfume oloroso extiende la brisa alimentando al público. Y que conste que los servicios de limpieza trabajan duro y sin cesar. De allí pasamos, después de agenciarnos un mojito, al Dome (cómo se agradece la carpa) y después al Hall, donde los británicos Pram me dejaron boquiabierta, sobretodo porque su lideresa sirve para un barrido y para un fregado, y tanto se atreve con el acordeón como con la guitarra, la flauta travesera, el violín o lo que sea. La verdad es que estuvieron bien, porque además las imágenes de fondo eran muy sugerentes. El único problema era el calor sofocante del Hall, ese enorme y oscuro recinto que alberga centenares de espectadores; hacía tanto calor que, al volver al Village y a pleno sol, nos parecía que hacía fresquito. Enseguida se nos pasó, porque bailamos con el hiphop local de Chacho Brodas que, aunque son de aquí, parecen talmente recién llegados de L.A. o del Bronx neoyorquino.chacho

Como mis amigos, ya digo, están enterados de todo y no quieren perderse nada, corriendo que nos fuimos otra vez al Dome, donde no nos cautivó la oferta, y vuelta de nuevo al Hall. Salieron los ZX Spectrum Orchestra, y me quedé XPpasmada. Dos hombres de mediana edad, que se parecen demasiado al tío Vicente y al tío Ramón de mi juventud. Es decir: pelo cortado no a cepillo pero casi, pantalones como de oficinista de los de antes, camisa de un tejido parecido al tergal, de manga corta, y corbata. Uno de ellos, con barba bien recortadita y gafas de montura de mediados del siglo XX. El otro, réplica exacta de un conocido crítico televisivo de Barcelona, cuando era joven. Ingleses tenían que ser, claro. Como su nombre indica, hacen música con ordenadores prehistóricos y, curiosamente, suena bien. Me gustó mucho la puesta en escena, los gráficos (los más modernos de todos), el aspecto de los dos señores y sus parlamentos, que empezaron con la dedicatoria de una de las piezas "a mi algoritmo preferido", según el de la barba, y siguió luego con una exaltación del orgullo gay.panb

En fin. A todo esto, llevaba ya 4 horas de Sónar, y los pies me dolían un montón. Me despedí de los colegas y me fui. Todavía era de día, y mientras buscaba mi moto entre las miles que había en las aceras, divisé por fin el gran cartel de protesta de los vecinos, que indefectiblemente cuelga en la parte posterior de un edificio colindante con el Macba, y que reza: "Sónar, no aquí, not here, pas ici, hier nicht". Los vecinos tendrán sus razones, claro que sí, y año tras año cuelgan la misma pancarta. Lo que no es lo mismo es la colada de la vecina del tercero. Por eso la inmortalizo cada año con una foto.

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