El desconcierto

La estiba y el ingobernable gobierno Rajoy

Cuando el pasado 1 de noviembre de 2016, nada más ser investido Rajoy con la imprescindible ayuda del PSOE, publiqué un comentario titulado "El gobierno provisional de Rajoy", no pensaba que la realidad iba a confirmar tan pronto, en menos de un semestre, el adjetivo provisional con el que resumía aquel análisis. Ha sido la valiente lucha de los estibadores españoles, contra un decreto-ley que pretendía entregar hoy la estiba de todos los puertos españoles a las grandes multinacionales, la que ha acelerado mucho la velocidad de desgaste de la Gran Coalición. Tanto, que Rajoy ha visto como Albert Rivera se abstenía en la votación sobre su derogación, el PSOE votaba en contra y sólo el PNV ha votado a favor, a cambio del plato de lentejas del Cupo, sin que Urkullu haya podido sacarle las castañas del fuego parlamentario.

Los trabajadores de la estiba, ayer bien presentes en la tribuna de invitados del Congreso de los Diputados, han dado toda una lección política a quienes sólo ven el escenario político a través de las lentes siempre deformadas del cretinismo parlamentario. Ese dilema falso, el parlamento o la calle, ha sido resuelto por los estibadores combinando inteligentemente la presión desde abajo, la paralización de la actividad portuaria, con la presión desde arriba, la defensa activa de sus reivindicaciones desde los escaños de izquierda que, conviene recordarlo, son mayoría en la Carrera de San Jerónimo. La torpe tentativa del ministro De la Serna, vender la subrogación de los puestos de trabajo al margen del decreto ley, no ha colado. El Partido Popular– aislado, acosado y asolado– sale derrotado y la Gran Coalición resquebrajada.

Nada lo refleja mejor que el voto de Albert Rivera. Visto lo visto, el panorama de los coaligados no puede ser más inquietante, ha optado en el último minuto por la abstención. Huele demasiado a urnas anticipadas, son muchas las humillaciones recibidas, incontables los desprecios, múltiples los nuevos reiterados escándalos de corrupción, como para seguir siendo la muleta política que necesita Mariano Rajoy, ahora para arremeter contra los derechos de los trabajadores portuarios. Ni siquiera esa velada compraventa del PNV– que ya genera no pocos problemas internos a Iñigo Urkullo, por su alianza con un PP en caída libre– ha podido ser suficiente para animar a  Ciudadanos a cumplir la función de costaleros a la que estaban obligados por su acuerdo leonino de ayer con Rajoy. Los estibadores han logrado descargar el pesado fardo de la Moncloa de las espaldas de Rivera.

El voto en contra del PSOE, por el contrario, era un voto anunciado por el gestor Fernández a Rajoy. Imposible regalarle a Pedro Sánchez otro apoyo de Ferraz al PP. Máxime cuando en Holanda sus correligionarios han pasado de 38 escaños a 9 por haber gobernado en coalición con el Rajoy holandés cuatro años. Tras Grecia, es ya el segundo país de la Unión Europea que contempla la pasokización del socialismo. Votar ahora contra los estibadores hubiese supuesto proporcionar un argumento de peso a la izquierda del PSOE, hoy en abierta lucha electoral contra la derecha socialista. La negativa de la Gestora, pese a ser esperada, abre un compás de espera de unos noventa días en que la Gran Coalición PP-PSOE queda en suspenso hasta las primarias de mayo y el congreso de mitad de junio. Ahí queda esa imagen de ayer tras la votación. La mitad de los diputados socialistas aplaudiendo junto con los de Podemos a los estibadores, mientras que la mitad restante miraba hacia la bancada del PP.

La rotunda victoria de la estiba reabre la cuestión social en un momento en que los comisarios prusianos de la Unión Europea afilan las navajas para acometer un nuevo ataque frontal a los intereses de las clases medias y trabajadoras. Esta resistencia a los planes de los poderosos va a marcar, indudablemente, un modelo de agitación a todos los sectores sociales que van a verse navajeados por la Gran Coalición si es que, para entonces, continúa existiendo. Ayer mismo, la huelga de los taxistas madrileños y barceloneses, recogía la potente bandera de combate de los trabajadores portuarios en las calles y plazas de Madrid y Barcelona. De la experiencia de los estibadores, van a extraerse, por parte de todos los líderes sociales, no pocas lecciones que se evidenciarán pronto en la lucha contra los nuevos recortes sociales.

La conclusión política la ha formulado con acierto Alberto Garzón: si hay mayoría para esto ¿por qué no para otro Gobierno? Es muy obvio. Rajoy no sabe, quiere o puede gestionar el problema social; tampoco el problema territorial, ni mucho menos elaborar unos Presupuestos. La conflictividad laboral va a multiplicarse, el choque de trenes con la Generalitat es inminente, la contabilidad del Estado es inexistente. A la vista de este caos político, que Rajoy sólo trata de dilatar pero no de solucionar, hace falta un gobierno que no sea ingobernable, como el de Rajoy, por carecer de la mayoría que, precisamente, disponen quienes ayer mismo han derogado un  decreto ley. O la mayoría traduce en una alternativa de gobierno su triunfo en la reforma de la estiba, o será el propio presidente Rajoy quien acabe convocando elecciones para dejar de ser la minoría que es

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