Solución Salina

Flashforward del franquismo

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Manuel Chaves Nogales tenía una virtud: reconstruir con pericia lo acaecido a partir del relato de los testigos de los hechos. Luego, su pluma se encargaba de adornar lo narrado de tan brillante forma que parecía haber estado allí. Como un nuevo periodismo interpuesto, dos décadas antes del nacimiento del género en Estados Unidos: él fue nuestro Capote, aunque tardamos medio siglo en saberlo. La técnica le valió para tejer A sangre y fuego, un puñado de relatos en los que esbozó el paisanaje de la contienda, la radiografía más certera de la Guerra Civil. Ahondaba así en la tradición, todavía vigente, del literato metido a plumilla para ganarse el pan, aquellos contorsionistas que se hacían un hueco en la caja del periódico como medio de subsistencia. El retrato robot no se corresponde exactamente con el perfil de Chaves Nogales, un periodista de suceso que, tras dejar su ciudad natal, ocupó puestos de responsabilidad en la prensa madrileña. De hecho, fue él quien posibilitó que escritores como Valle-Inclán comiesen caliente, aunque su calidad literaria, asentada en los cimientos de la sobriedad, lo sitúa en esa esfera que trasciende el periodismo donde perduran todavía hoy los textos de Pla o Camba.

El libro que nos ocupa, La España de Franco (Almuzara), circula en sentido gramatical contrario, como un kamikaze en la autopista de la historia. Chaves Nogales se aferra al volante de la prolepsis o, como se dice ahora, del flashforward: un recurso que le permite dar un salto adelante en la narración y pasar de una España rota a una España derrotada, pues en ninguna guerra hay victoria que valga. Pese al vano intento, al describir la antesala del franquismo, en realidad está advirtiendo a las democracias europeas del advenimiento del nazismo. Habla de la piel de toro a los franceses para que estos lean Francia. Nuestro Franco es su Hitler, incluso aquel testaferro con quepis que fue Petáin. Ya digo que sirvió de poco: los luchadores por la libertad y por la democracia que terminaron exiliándose en París fueron servidos en bandeja al Führer por el Régimen de Vichy, o sea, la Francia sin careta que reveló la podredumbre moral y espiritual en la que se había convertido su hasta entonces aparente pero falso rostro. Poco quedaba de la república ilustrada en la que querían verse reflejados los antifascistas del continente, atónitos ante la figura deformada que les devolvía aquel espejo de feria.

El periodista sevillano yerra en algunos pasajes del libro, pero qué fácil y gratuito resulta decir esto ahora. Porque Chaves Nogales se anticipa al futuro y, si no sabía siquiera que el bando nacional iba a proclamarse vencedor, cómo iba a aventurar que las potencias del Eje resultarían derrotadas en la Segunda Guerra Mundial, con todo lo que ello supuso para el devenir de la dictadura española. Procede pues bucear en su pasado para entender el presente del autor: Manuel nace en Sevilla en 1897, donde su madre es concertista de piano y su padre trabaja en El Liberal, que llegaría a ser dirigido por su tío. Empapado en letras, se curte en diarios andaluces antes de arribar a la capital, en la que ejerce como redactor jefe de Ahora hasta que, tras el alzamiento, un consejo obrero lo nombra director. "Salió al exilio con otros republicanos en noviembre de 1936, cuando sintió que nada podía hacerse para salvar a España", escribió en Andalucía en la Historia María Isabel Cintas, la catedrática y biógrafa que lo recuperó en los noventa. Increíblemente, había caído (o, mejor dicho, lo arrojaron) en el pozo del olvido debido a su principal valor: la independencia.

Los escritos de Chaves Nogales disgustaban antes y durante la contienda a nacionales y republicanos; y, después, siguió provocando urticaria a vencedores y vencidos. Una vez muerto, Franco lo calló y el exilio no lo reivindicó. Para el primero no sólo era un peligroso extremista sino también un masón; para los suyos, un pequeño burgués liberal que denunció con igual fiereza los desmanes del fascismo y del comunismo, y eso duele. Su prosa entró en estado de hibernación, hasta que Cintas profundizó en su obra, que sería reeditada primero por la Diputación de Sevilla y luego, desmenuzada, por diversas editoriales. No sólo tuvo que morir encamado el franquismo sino que la Transición también necesitó años de maduración (es un decir) para poner al escritor sevillano en su sitio. Hoy, lectores y expertos lo sitúan en la estratosfera del periodismo, donde se sienta a la diestra de Larra, Camba, Ruano, Pla, Azorín o Corpus Barga. Es el abanderado literario de la tercera España, ni facha ni roja. El doblemente batido. El postergado.

Tal vez su obra cumbre sea A sangre y fuego, con permiso de Juan Belmonte, matador de toros, una biografía maravillosa que se lee como una novela. La España de Franco es otra cosa: el mismo animal, diferente corte. Como la chuleta de aguja, su carne resulta asequible para el bolsillo, pero tierna y jugosa en el paladar. El secreto está en la grasa: cómo Franco arma ideológicamente lo que vendría a ser el franquismo, un tira y afloja entre las tendencias que apoyan su causa imperial del que saldría favorecido el falangismo, en detrimento del tradicionalismo, el Ejército y, por supuesto, los monárquicos. Dejemos en paz a la Iglesia y, de paso, a la derecha económica, los dos puntales restantes, ya que antes como hoy, con generalísimo y sin él, siempre han salido bien parados y gozado de una salud a prueba de bombas.

La estructura responde al modo de publicación, por entregas, en el semanario francés L'Europe Nouvelle. En ocasiones, los textos son repetitivos, pues el tiempo que transcurre entre uno y otro fuerzan al autor a recordar nombres y conceptos. No voy a profundizar en el contenido, pues es historia. O, al menos, la historia que escribió Chaves Nogales antes de que ésta aconteciese. Pero digamos que "el brazo vengador de Franco" se deja torcer por la Falange (nula en combate, eficaz en la represión) para procurarse los favores de la Alemania nazi, en detrimento de los carlistas (aguerridos en el campo de batalla) y de los militares (que ven caer en el ostracismo a caudillos como Yagüe o Queipo de Llano). Para la galería, la clarividente semblanza de la saga Primo de Rivera. Como conclusión, una jaula con forma de España en la que las ratas, nosotros, sufren los experimentos de los totalitarismos extranjeros. Y, dado que el título del libro resulta en sí mismo un prematuro spoiler, no les destripo el final porque presupongo que ya lo conocen ustedes.

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