Expedición Malaspina

Del tiempo, del coste y del acaso...

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ-GORDILLO

Plantear cualquier estudio oceanográfico implica necesariamente definir una metodología eficaz y fiable para la toma de muestras, metodología que en estos casos queda planificada mediante campañas oceanográficas. Juegan éstas, por tanto, un papel clave para disponer de datos suficientemente rigurosos como para poder contrastar nuevas hipótesis y abundar en el conocimiento del medio marino.

Pero cuando se diseña una campaña oceanográfica de cualquier índole, existen una serie de factores limitantes que marcan las fronteras entre lo viable y lo irrealizable. Los científicos afinan al máximo la logística del muestreo para conseguir aprovechar la más remota posibilidad de tomar una muestra más, conscientes de que las oportunidades no suelen ser muchas y la repetición es casi imposible. Y es que, tanto el coste como el tiempo, juegan en el equipo contrario. La financiación para la investigación oceanográfica es justita, y casi no llega para costear la compra de algún equipo extra o la contratación de personal técnico de apoyo (por citar dos de los principales ítems de los presupuestos). Y, como no, el pago del buque oceanográfico, cuyo coste, aunque generalmente sufragado por ayudas especiales, es lo suficientemente elevado como para que su disponibilidad se ajuste estrictamente a la consecución de los objetivos inicialmente previstos, sin la oportunidad de testar ideas que surgen espontáneamente durante la propia campaña.

Por otro lado, pero en sinergia, actúa el factor tiempo. Una maniobra para la toma de muestras, sea una pesca de plancton o un perfil con una sonda para medir turbulencia, consume un tiempo precioso, tiempo este que en la gran mayoría de los casos no puede ser compartido con cualquier otra maniobra. Y es que, aunque pudiéramos pagar todo el tiempo de campaña que quisiéramos, ese sería un bien del que no podríamos finalmente disponer a nuestro antojo, pues los calendarios de uso de buques deben cumplirse y las obligaciones en tierra (i.e. clases en el caso de docentes universitarios) no pueden desatenderse.

Así, tiempo y dinero constriñen los diseños experimentales retando continuamente a la imaginación y capacidad de respuesta rápida del investigador. Como si no bastara, también tenemos el acaso permanentemente al acecho. Y si algunas veces se pone de nuestro lado y nos brinda la posibilidad de descubrimientos espectaculares, muchas otras es el verdugo de experimentos y hasta de campañas enteras.

La Expedición Malaspina 2010 no es ajena a estos problemas, más aún, su inusual duración como campaña oceanográfica (unos 7 meses) hace que a casi todos los participantes, incluidos los más expertos oceanógrafos, se les presenten problemas logísticos nunca antes previstos.

La distancia al puerto más cercano donde recoger repuestos pasa de uno o dos días, en una campaña típica de un mes en la plataforma continental, a quince o veinte en la Malaspina 2010. Un repuesto no incluido, falta de material fungible para análisis o un equipo descalibrado puede dar al traste con un tramo de vital importancia para el conjunto del proyecto. Por poner un ejemplo, en una campaña típica de un mes las botellas oceanográficas que se llevan "de respeto" pueden ser 4 o 5. Pero ¿cuántas pueden ser necesarias en Malaspina? ¿cuántas para 7 meses de trabajo en condiciones oceánicas muy diferentes? El conocido dicho más vale que sobre que no que falte no es aquí aplicable. El coste de cada una de ellas sobrepasa los 1.200 euros y el volumen que ocupan en la siempre estrecha bodega no es despreciable.

Pero además hay muchos más aspectos, no directamente relacionados con la Ciencia, que en una campaña de estas características desempeñan un papel nada trivial. Por ejemplo, deben establecerse contactos con colegas extranjeros de los diferentes puertos donde se arriba para que nos puedan proporcionar material agotado o proveernos de repuestos, o deben tramitarse permisos para tomar muestras biológicas, muchas veces en países con poblaciones que no superan a unos millares de habitantes, casi sin departamentos para asuntos exteriores. O el simple hecho de llegar en barco y salir en avión (por el relevo de investigadores) supone unos trámites burocráticos relativamente complejos.

Pero frente a estos tenaces enemigos, los científicos encontramos otros dos poderosos aliados, la previsión y la cooperación. Una perfecta coordinación de las maniobras ahorra tiempo (y dinero) y ello pasa por una estrecha complicidad entre dotación (en nuestro caso el personal de la Armada embarcado) y los científicos de cubierta. Las operaciones, por muy simples que parezcan, requieren un rápido y certero flujo de información entre el puente, la central de maniobras, el control de laboratorio y el personal de cubierta, implicando generalmente unas 12 o 15 personas. Nada se deja a la improvisación, todo se ha estudiado con anterioridad. Todo está ensayado, definido en detallados protocolos. Una mirada o gesto es suficiente para reaccionar acertadamente durante el despliegue de un equipo. A mi entender, Malaspina 2010 ha puesto a prueba a más de 200 oceanógrafos para revisar y profundizar en estos conceptos.

Dos años de trabajo en cada uno de los despachos, numerosas reuniones por video-conferencia, reuniones plenarias, creación de comisiones, coordinación con ministerios, mesas de trabajo con la Armada, campañas de calibración, etc., desde el primer becario a los más destacados investigadores,  desde el recién incorporado marinero al Comandante del Hespérides, periodistas, físicos, historiadores, marinos, divulgadores... todos los implicados de una u otra forma en esta empresa han puesto su empeño en minimizar los posibles imprevistos y rentabilizar el tiempo y el dinero de los que se dispone para que este Proyecto proporcione los frutos esperados. Malaspina 2010 acaba de comenzar pero ya hay una idea inmutable: la cooperación científica no sólo propulsa y mejora la calidad del Conocimiento sino que además permite abordar objetivos mucho más ambiciosos, imposibles de plantear sin la simbiosis entre distintos equipos de investigación.

Se trata de jugar con otras reglas y en otra división. Es la cooperación interdisciplinar: optimizar las campañas oceanográficas mediante el uso compartido de tiempos de barco, instrumentación y medios humanos por distintos grupos de investigación, incluso por grupos con intereses muy diversos. Esto da por un lado mayor rentabilidad a la financiación concedida, pero además, crea un marco inmejorable en el que exponerse diferentes puntos de vista, permitiendo así obtener una visión global del ecosistema marino, un ecosistema incapaz de entenderse desde una visión parcial.

Quizás las Ciencias Marinas españolas llegan un poco tarde a percibir esta realidad, pero si en vez de dejar el tren pasar nos montamos ahora en él, sin duda dejar de mirar acomplejados a los países grpodremos andes en investigación marina y comenzar a liderar, y no solo participar, en proyectos científicos de escala global.

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