Fuego amigo

Cuidado con lo que te echas a la boca, chaval

He asistido ayer como espectador a la discusión que habéis mantenido en el blog, a tenor del asunto de la "fiesta" de los toros (a los toros seguro que no les parece una fiesta), que derivó en la "moralidad" de nuestros hábitos alimenticios : taurinos contra antitaurinos, omnívoros contra vegetarianos.

Ya decíamos que rondábamos cuestiones de fe, de las que no es fácil apearnos, esa fe que más parece un acantilado contra el que se precipitan las olas de la razón. Me vino a la memoria, según leía vuestras fintas argumentales sobre proteínas animales y vegetales, que las religiones han hecho de las costumbres alimenticias de sus fieles un signo distintivo, con normalizaciones que rozan el ridículo. Bueno, como ya quedamos, sólo son ridículas si les aplicamos el sentido común.

La religión católica, por ejemplo, obligaba a sus fieles (no sé si permanece hoy la norma tan estricta) a ayunar durante los denominados días penitenciales, los viernes de todo el año y durante la Cuaresma, un período de cuarenta días que va desde el miércoles de ceniza hasta el jueves santo. La ley del ayuno consistía en no hacer más de una comida al día, aunque se permitía un ligero desayuno y un tentempié antes de acostarse. Sin embargo, la norma más estricta era la de la abstinencia de comer carne cada viernes del año, los de Cuaresma y algún otro como el miércoles de Ceniza, creo recordar. ¡Ah! Pero la España católica, por su entusiasmo en la defensa del Papa de Roma, recibió una dispensa especial: se trataba de la denominada Bula de la Santa Cruzada, un privilegio pontificio que concedía a los españoles gracias especiales, y les dispensaba del ayuno y de la abstinencia en ciertos días del año. Costaba dos reales antes de la guerra de España con Napoleón, a principios del siglo XIX, y mis hermanos mayores recuerdan que en nuestra postguerra incivil mi padre se permitía el lujo de comprar alguna que otra bula para hacer más llevadero el rigor del ayuno y la abstinencia.

Las bulas papales fueron una fuente inagotable de ingresos para las arcas del Vaticano, fuente de corrupción que hoy no dudaríamos en calificar como cohecho divino, y cuya utilización abusiva y fraudulenta fue una de las espoletas para la Reforma de Lutero. Pero las otras religiones del libro no se casan con nadie, son mucho más rigurosas y fundamentalistas en su aplicación. Los musulmanes no pueden comer animales muertos que no hayan sufrido la matanza ritual (antes hay que pronunciar las palabras rituales de Alá es grande antes de rebanarles la garganta). No pueden comer su sangre. No pueden probar el cerdo. Ni alcohol ni líquidos fermentados.

Lo de los judíos es ya más complicado. Pueden comer rumiantes, pero no el cerdo, el conejo, el caballo y el camello. Aunque se permite la carne de vaca, cabra y oveja, no pueden ingerir los cuartos traseros si previamente no se quitan los tendones y nervios ciáticos. No pueden comer aves de rapiña o de presa ni las que se alimentan de carroña.
Y no se puede matar de cualquier manera, como hacen los toreros malos: un técnico entrenado en el proceso, mata el animal lo más rápido posible cortándole la yugular. Tampoco, como los musulmanes, pueden tomar la sangre, así que debe ser eliminada del animal antes de cocinarlo. Además hay que remojar la carne en agua salada durante una hora y aclararla en agua tibia. En cuanto a los pescados, pueden hartarse tan sólo de los que tengan escamas y aleta. Así que, por ejemplo, no pueden comer carne de ballena. Y lo que es peor, y por lo que doy gracias al dios que no existe por no haberme nacido judío: se prohíbe el consumo de toda clase de mariscos. Para complicarlo más, también está prohibida la combinación de carne y leche en el mismo plato.

No sé si os servirá para centrar la discusión de lo que es moralmente aceptable en el plato de los seres humanos. A mí sólo me sirve para preguntarme qué rayos les puede importar a los dioses el contenido de nuestra dieta, si luego les importa un bledo que dos mil millones de personas en el planeta pasen a diario un hambre de muerte. O los dioses están majaretas, o son de una crueldad que no hay dios que la aguante.
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Otra meditación para hoy: El Vaticano ha lanzado los diez mandamientos de la carretera. Los he leído y me parecen mucho más razonables que los otros Diez Mandamientos. Y si no, aquí os los dejo para que podáis comparar.

LOS X MANDAMIENTOS DE LA CARRETERA
1. No matarás.
2. La carretera sea para ti un instrumento de comunión entre las personas y no de daño mortal.
3. Cortesía, corrección y prudencia te ayuden a superar los imprevistos.
4. Sé caritativo y ayuda al prójimo en la necesidad, especialmente si es víctima de un accidente.
5. El automóvil no sea para ti expresión de poder y dominio y ocasión de pecado.
6. Convence con caridad a los jóvenes y a los que ya no lo son a que no se pongan al volante cuando no están en condiciones de hacerlo.

7. Brinda apoyo a las familias de las víctimas de los accidentes.
8. Reúne a la víctima con un automovilista agresor en un momento oportuno para que puedan vivir la experiencia liberadora del perdón.
9. En la carretera tutela al más débil.
10. Siéntete tú mismo responsable de los demás.

LOS (CLÁSICOS) X MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS
1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.
2. No tomarás el nombre de Dios en vano.
3. Santificarás el día del Señor.
4. Honrarás a tu padre y a tu madre.
5. No matarás.
6. No cometerás actos impuros.
7. No robarás.
8. No levantarás falsos testimonios ni mentirás.
9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
10. No codiciarás los bienes ajenos.

Estoy de acuerdo con todos los Mandamientos de la Carretera (quizá, excepto esa insinuación de que el automóvil es "ocasión de pecado". Si estamos pensando en el mismo pecado, que seguro que sí, pues el Vaticano y yo no pensamos en otra cosa, el coche es a menudo el sustituto del lugar de encuentro para los jóvenes que no pueden pagarse un apartamento, ni un alquiler). En cambio, a excepción del quinto, el séptimo y el octavo mandamientos, el resto de los mandamientos de la Ley del dios de Israel no son más que ganas de meterse donde no le llaman.

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