Fuego amigo

La CEOE sigue haciendo el trabajo sucio

Todavía quedan dos años para las elecciones generales, dos años que en la vida política resultan poco menos que una eternidad. Como se demostró en las elecciones de 2004 y su 11-M, la volatilidad del voto es tan grande que un suceso accidental puede resultar decisivo para el triunfo fulminante o el fracaso de una opción política. Por poner un ejemplo de hoy, la primera ministra chilena Bachelet pensaba retirarse en olor de multitud, con un 80% de aprobación popular, cuando la mala gestión de las consecuencias de un terremoto derribaron también las paredes del edificio de su prestigio.

El Partido Popular lleva un año administrando (mal) a su favor el desgaste del gobierno por la crisis, pero teme (y se le nota, eso es lo peor) que una recuperación de los datos macroeconómicos antes del día de la introducción del voto suponga otro once eme para Rajoy.

Se pasó la legislatura anterior criticando la política antiterrorista del gobierno, inventando pactos inexistentes con ETA, y ahora, rendido a la evidencia, con la banda en cuidados intensivos, sin que la estrategia política haya cambiado un ápice, cada éxito policial lo cuentan como un éxito suyo.

Esa estrategia tiene su continuación en las conversaciones para el pacto anti crisis. El PP se guarda con siete llaves su reforma bomba del mercado laboral. Ni siquiera cuando la CEOE lanza ("es sólo un ejemplo", dicen ahora) el posible modelo de contratación para jóvenes, temporal y sin indemnización por despido, son capaces de reconocer que en eso precisamente estaban pensando ellos. Es "mejor que nada", se le escapó a Montoro, entre dientes. Porque una cosa es que les caiga encima el once eme de la recuperación, y otra, que lo provoquen ello mismos por irse de la lengua.
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Meditación... para ayer:

Lo hago tarde por motivos técnicos que ya conocéis (todavía están arreglando el sistema informático de los blogs, averiados desde hace varias horas), pero quisiera remachar el clavo de la tesis de mi post de ayer, a modo de coche escoba del rico debate suscitado durante todos los días.

En primer lugar, por si a alguien le quedaba alguna duda, como alguno ha insinuado, yo no me sumo a la prensa canalla que pretende demonizar a Willy Toledo, entre otras cosas porque es un tipo al que admiro por su compromiso con la izquierda y por su activismo, ya desde el movimiento de los actores contra la guerra de Irak. Quien haya leído atentamente mi escrito verá que tímidamente le tiro de las orejas acusándole de un mal día, de pura sobreactuación, algo que en un actor es imperdonable. Ya sabéis que cuando alguien me cae mal no me ando con tantas pamplinas.

En segundo lugar, y como ya apunté el otro día, mis ideas políticas no me impiden ser crítico con un régimen dictatorial, una monarquía revolucionaria (pues el hermano hereda el mando) que aborrece la libertad de conciencia, de pensamiento y de prensa, y que considera que la elección democrática es una bagatela inventada por el capitalismo y no por un movimiento revolucionario que cambió la faz de la Tierra.

Doy por hecho que seguramente es un régimen más justo que muchas supuestas democracias, doy por hecho que sus dirigentes seguramente son más honestos que los de nuestro primer mundo, doy por supuesto que el esfuerzo titánico por repartir pan, justicia e igualdad es muy difícil de mantener con el acoso criminal de los norteamericanos y países acólitos que le secundan por el miedo a las consecuencias de la ley Helms-Burton.

Doy por hecho todo ello. Pero la historia nos ha enseñado, sobre todo la nuestra, que es imprescindible poner en duda toda explicación oficial u oficiosa sobre la supuesta disidencia surgida de un régimen que impide disentir y contrastar públicamente las opciones políticas, un régimen bajo sospecha, aunque tan sólo sea porque considera que en la isla no hay ni un solo preso político de conciencia. Eso es un sarcasmo del peor gusto, y una necedad para consumo interno de la isla. ¿Por qué habría que hacer una excepción en el caso de Orlando Zapata? ¿Acaso no cabe la duda razonable de que la fuente oficial es lo que llamamos en periodismo una fuente contaminada?

Pero como siempre hay un roto para un descosido, la tesis se ha vuelto contra mí como un bumerán y aparece, como por encanto, lo que podríamos llamar el síndrome Paracuellos, que consiste en justificar un crimen, como la falta de libertades democráticas ("La libertad, querido Sancho, es el don más preciado que dieron los cielos a los hombres"), con cuarenta años de régimen dictatorial posterior.

Esa era mi tesis. No hay más brujas de las que veis. Lo tremendo de todo esto es que después de cuarenta años con un currículo que está a la vista, dando la cara en publicaciones que no son precisamente el ABC ni La Razón, tenga que explicar esta obviedad a gente que no conozco, que se esconde tras un nick, pero que presume de pasarme por la izquierda como si esto fuese una competición infantil de ver quién es mas rojo, como si el que debe estar bajo sospecha es el mensajero, o sea yo, y no la noticia fría y terrible de que un preso cubano murió en huelga de hambre en una cárcel de la Cuba de los hermanos Castro. Creo que ninguno de nosotros llegará a saber nunca si era un preso de conciencia con pedigrí o un vulgar delincuente. Pero las fuentes que lo propalan son tan fiables como las de aquel régimen de Fraga Iribarne que ensuciaba la memoria de los disidentes a los que asesinaba.

Ni Paracuellos, ni Guantánamo, ni la crueldad del capitalismo descarnado justifican ese terror del régimen cubano a la libertad. Alguien preguntaba enfáticamente por qué es más importante la libertad de expresión que el pan o la sanidad, o la educación. Pues nuevamente tengo que responder a otra obviedad: porque sin libertad, entre ellas la de expresión, no existe ninguna garantía de que el pan, la sanidad o la educación se estén repartiendo con justicia. Todo poder que no sea capaz de contrastar sus actos con el ejercicio libre de la libertad de expresión de sus pueblos, sea en los periódicos, sea en la calle, sea mediante el ejercicio del voto, queda inevitablemente bajo sospecha.

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