Fuego amigo

Cadáveres exquisitos

La historia oficial sostiene que el cadáver de Hitler fue calcinado a pocos metros del búnker donde se había suicidado. La teoría conspiratoria, por su parte, aventura que su cadáver fue encontrado intacto por las tropas rusas, que lo hicieron desaparecer discretamente. En cualquier caso, sea cual sea la verdad, ambas ponen en evidencia que hay cadáveres, como el del Cid, que conservan una incómoda y peligrosa capacidad de convocatoria.

Por experiencia sabemos que los santos sepulcros consiguen más milagros a lo largo de la Historia que los que pudieron hacer sus inquilinos en sus cortas vidas. El cadáver de Lenin, sabiamente conservado como logotipo incorrupto de la dictadura del proletariado, atraía colas interminables de visitantes, más devotos, más numerosos que los que hacen cola para ver el presunto sepulcro de Jesús.

Franco sigue recibiendo la peregrinación de sus adoradores, enterrado bajo varias toneladas de lápida que impiden que suba su hedor, pero que excita los picores patrios. El tiempo ha venido a demostrar que tanto el cadáver de Lenin como el de Franco son incómodos, porque ya no sirven para los nuevos tiempos democráticos.

Aunque el cadáver más incómodo que nos queda en España es el de los residuos atómicos. El gobierno no se atreve a hacer desaparecer el cadáver de Franco pero se afana en buscar un lugar donde enterrar la basura generada por las centrales nucleares.

Los científicos no se ponen de acuerdo sobre la peligrosidad de vivir cerca de un cementerio nuclear. Pero por experiencia sí sabemos del riesgo que encierra mantener enterrados cerca de la población los restos de los dictadores, como si de sus tumbas surgiese inagotable una llama, como dicen de la Santa Compaña, que extiende su veneno ideológico sobre una extensa área de influencia.

El otro día ya encontramos aquí la solución. Como la cosa tiene mal arreglo, seamos prácticos, juntemos la basura. No la tengamos en contenedores separados porque su reciclaje es imposible. Matemos dos pájaros de un tiro (al monórquido hay que rematarlo) y que de aquí salga la candidatura definitiva que hace unos días proponíamos entre varios: destinar el Valle de los Caídos a cementerio nuclear, lejos de la civilización, donde las emanaciones perniciosas de ambos no pongan en peligro la salud de las generaciones futuras.

A ver si así tienen cojones de ir a levantar el brazo, cara al sol y con la camisa nueva.

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P.S. Y cuando hablo de Franco no me refiero a Tomás Gómez. Conste en acta.

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