Fuego amigo

Mira que son abundantes

Un amigo mío tiene una casa antigua, rehabilitada, preciosa, muy cerca de la mía, a 10 kilómetros de la ciudad de Ourense, o sea, a 10 minutos del centro... a la que sólo va los fines de semana. Los que habitualmente vivimos en las grandes ciudades daríamos un brazo por tener nuestra vivienda a diez minutos del centro de Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, o Bilbao, con tres colmenas de abejas (es apicultor aficionado), un viñedo (hace mejor vino que Asunción), huerta, un corrá más surtido que el del Koala, con sus gallinitas ponedoras, un bosquecito de robles y una piscina sin mácula de pises, pues su hijo ya mea fuera desde hace casi treinta años.
Este amigo mío es abogado, y cuando le pregunto por qué no traslada su residencia permanente a esa casa tan maravillosa, me contesta que una profesión tan estresante como la suya es completamente incompatible con la tranquilidad del campo, que incluso los lunes, a su vuelta del fin de semana balsámico, los da por perdidos y los dedica a asuntos menores, por la imposibilidad de tomar impulso suficiente, de coger el tono vital y de mala leche tan necesarios, por lo visto, a los leguleyos. Que si viviera permanentemente en el paraíso perdería todos los casos.
Arsenio Escolar nos traía el otro día un pasaje del "Menosprecio de corte y alabanza de aldea" de Antonio de Guevara, escrito en el siglo XVI, donde el autor ensalzaba la vida sana y el mejor yantar de las gentes de campo. Era puro escapismo, lo sé, porque Arsenio, en su descanso veraniego, en su sopor intelectual, sin duda se hallaba bajo los efectos sedantes del estuario del Miño, intentado superar la tentación de, a su vuelta, nombrarme director a mí (sin ir más lejos) y tirarse a la Bartola, con permiso de su santa esposa, porque la dirección de un periódico es lo más parecido a un potro de tortura, y porque la Bartola está más buena que dios.

Ayer mismo leía en el diario El País una confesión de Rafael Azcona, el genial guionista de tantas películas de Berlanga, que venía a resumir lo que nos ocurre a Antonio de Guevara, a Arsenio y a mí: "Soy feliz todos los días hasta que leo la prensa". Y no importa que en verano los periódicos sean más ligeros, más literarios y coñeros, como pidiendo perdón por lo de Líbano, las pateras y cayucos, los incendios y las inundaciones. No importa, porque los telediarios traicioneros toman el relevo y se encargan con mucha dedicación a amargarnos el resto del día.
Por ejemplo, acababa ayer de hacer una tarta de moras que no la mejoran ni las monjas reposteras de las Clarisas, cuando por la tele sale Zaplana, con ese color de capitán de yate y esa media sonrisa ingobernable que lo mismo le sirve para dar un pésame que para lanzar un piropo retrechero, intentando vengarse del "caso Prestige" con el invento de un "caso incendios forestales en Galicia", de la misma manera que en su partido continúan buscando al etarra de la orquesta Mondragón para justificar las mentiras que nos contaron antes del 14 M. Doy por descontado que pocos son los que creen en su dramatización, pero lo que más me asombra, y sobre todo admiro, es que tras unos días de fiesta, baños solares, siesta de pijama, recuento de estrellas fugaces y paseos por el bosque, tenga fuerzas para presentarse en público y sostener necedades tales como que la web de la Nasa calcula que las hectáreas quemadas en Galicia son 175.000 y no las 77.000 que declara la Xunta.
Mira que son abundantes estos del Partido Popular: confunden las hectáreas con los manifestantes en contra del Estatut y acaban saliéndoles unas cuentas catastróficas. Porque en realidad la catástrofe es lo que pretenden contarnos desde que perdieron el poder. Y no nos perdonan ni en vacaciones. Y esto es un sinvivir.

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