Fuego amigo

Si quieres medir la inteligencia de alguien, pídele que mienta

Los expertos están estudiando cuánto hay de lenguaje no verbal (el "body language", o lenguaje corporal) en una comunicación presuntamente sólo verbal, es decir, el lenguaje hablado. Pero los actores y los políticos, mucho más intuitivos, saben desde hace siglos que la inflexión de la voz, la mayor o menor rapidez en la expresión hablada, el tono, la firmeza, etc. son instrumentos de lenguaje corporal paralelos al verbal que, bien utilizados, son comprendidos por la audiencia de manera más nítida que la letra del discurso.
Uno de los casos más patológicos que se conocen es el cambio en el tono de voz de las personas que han pasado por un trauma reciente, como una operación grave o, simplemente, tras recibir la noticia de que padecen un cáncer. Desde ese momento, y durante un largo tiempo, en la mayoría de los casos cambia radicalmente la inflexión de voz: aunque pretenda disimular contándonos de palabra que todo va bien, la propia calidad de la emisión de voz denota un miedo soterrado.
A los actores los juzgamos por la coincidencia o la falta de sintonía entre el gesto y la palabra. Y a los políticos. En la escena española hay políticos muy profesionales en este sentido, como Rajoy, Acebes, Zapatero, Rubalcaba, por poner algunos ejemplos, cuyo discurso coincide cabalmente con lo que dicen, lo que induce a sus seguidores a creerles a pies juntillas. Por eso a mí me dan mucho miedo políticos como Acebes, porque se creen lo que dicen.
En el plano de los políticos increíbles están gente como Zaplana y Aznar. Eduardo Zaplana es incapaz de borrar esa media sonrisa de su rostro, buena para contar un chiste de Lepe, pero delatora de que ni él se cree lo que está diciendo. Quizá es sólo un tic, como los muchos que padecía Jordi Pujol, pero incompatible con el verbo apocalíptico que sale de su boca, de esa boca con cara de coña permanente. El Apocalipsis hay que contarlo con voz de jesuita o de legionario de Cristo, o no te cree ni cristo.
Lo de Aznar creo que es mucho más grave, porque cuenta con ciertas dotes de actor de las que carece Zaplana. Y esto que voy a decir prometo por mi honor que está exento de la menor ironía: creo desde hace mucho tiempo que Aznar padece una enfermedad mental que en su caso sólo es peligrosa en función de su capacidad para influir en la extrema derecha que gobierna el Partido Popular, un partido que en cualquier momento podría gobernar otra vez, o bien -y esto sería mucho peor- que sería capaz de cualquier disparate en caso de que llegue a la conclusión de que no va a volver a gobernar otra vez en mucho tiempo.

Los psicólogos no han dejado pasar por alto el mimetismo patético del hombrecillo insufrible con George W. Bush en la escena de los pies sobre la mesa en el rancho del vaquero guerrero. O cuando, tras unas horas de convivencia con Bush en su rancho, dijo aquello de "estamos trabajando en ellou" con el más puro acento mexicano. La foto de las Azores, con esa expresión de "fan" que ha conseguido posar con su ídolo en el aeropuerto, es el vivo retrato del servilismo, como aquella otra del franquito en Hendaya rindiendo pleitesía a Hitler, al que poco faltó para besarle la mano.
Las fotos tienen mucha importancia en la sociedad mediática. El PP quiso a toda costa la foto vergonzante de Polanco entrando como acusado en los juzgados, y Julián Muñoz, el ex alcalde de Marbella, ha intentado rehuir a las cámaras al ser detenido porque sabe que "la foto" es el comienzo del juicio popular contra él. Y no digamos de la foto de Zapatero con el pañuelo palestino: es material incendiario en manos del sionismo y su delegación en Génova 13.
Pues bien, desde que Aznar se ha creído un líder mundial, historiador y profeta infalible, su tono de voz ha cambiado de manera tan teatral que a mí me produce sensaciones alternativas: entre vergüenza ajena, mucha vergüenza, y desasosiego por la sospecha de que nadie en su partido o en su falange española (FAES) esté dándose cuenta de la gravedad que puede implicar su enfermedad. Os ruego a todos los que estéis interesados en los secretos del lenguaje corporal, que os centréis en el análisis de la entonación de voz, la caída de párpados, los silencios de púlpito, el manejo de las manos... de José María Aznar, como la expresión de alguien que está perdiendo progresivamente la razón, subsumido por el personaje que ha construido sobre sí mismo en los últimos años.
Ahora, en su delirio, está convencido de que no le queremos porque le envidiamos. "Hay gente que critica la foto de las Azores -dijo ayer ante una audiencia que parece ignorar su estado de salud mental-, no tanto porque yo estuviera en la foto sino porque no estaban los que critican, que les encantaría". Alguien que piensa que nos encantaría estar en una foto con George W. Bush en el momento en que se estaba firmando la sentencia de muerte de miles de ciudadanos y la detención sin juicio y con tortura de cientos de otros miles en Guantánamo o Abu Graib, que ha provocado un incendio en el mundo árabe y Oriente Medio, que está llevando al mundo a una crisis energética sin precedentes, es que ha perdido el juicio. Es la declaración de alguien que no sabe medir las consecuencias de sus actos.
La máxima de "si quieres medir la inteligencia de alguien, pídele que mienta" sólo sirve para gente en su sano juicio, como es el caso de Zaplana. Mentir requiere de una habilidad extraordinaria, toda una urdimbre bien encajada y sin fisuras que no está al alcance de cualquier inteligencia. Pero en el caso de las personas que ya no son responsables de sus actos por problemas mentales, el método pierde eficacia, porque cuando mienten creen decir la verdad. Y continúan predicando su verdad, haciendo el ridículo lastimosamente. Entre su desvarío y nuestra vergüenza se va abriendo un abismo insalvable a la espera de que alguien encuentre al fin el tratamiento adecuado, las pastillas correctas o el balneario donde poder retirarlo dignamente.
Creo que Aznar, después de ocho años de gobierno, por mal que lo haya hecho, no se merece que le abandonemos tan lastimosamente. Su salud mental debería ser cuestión de Estado.

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