Fuego amigo

Sus groserías se despiden

 

Lo normal es comprobar cómo los parlamentarios, en ese territorio surrealista, ese lugar virtual conocido como hemiciclo, donde tiene habitación toda suerte de galernas, después de llamarse de todo desde sus escaños, desde bobo solemne y cómplice de terroristas, a vago o inútil, bajan a la realidad, se reencuentran en los pasillos, se dan palmaditas en la espalda, y se preguntan obsequiosos por sus esposos, esposas, amantes e hijos, como seres humanos que se rigieran por los mismos patrones emocionales que los que vivimos a este otro lado del espejo. Es necesario ser de una pasta especial, o que te paguen una pasta especial, no lo sé, pero el caso es que si a mí Mariano Rajoy me hubiese lanzado la mitad de los epítetos que tuvo que soportar Zapatero en estas dos legislaturas, creo que tendría atascados los juzgados de guardia a base de denuncias.

 

Pero ellos no. Jamás llegan a las manos, como en otros parlamentos exóticos, ni a los juzgados, aunque se acusen de cómplices de los asesinos. La despedida a Zapatero en las sesiones del debate sobre el Estado de Esto de Aquí, me recordó los discursos de cortesía obsequiados a los muertos, que solo salen a hombros por la puerta grande cuando ya no hay vuelta atrás.

 

En el caso de la despedida a Zapatero, un punto emotiva, más que retratar el lado humano del presidente casi saliente, lo que ha servido es para humanizar a la oposición, fieras salvajes en su hábitat solo por exigencias del guión. Fuera del escenario son todos unos blandos. ¿Todos? No. Una irreductible opositora, Rosa Díez, no le concedió a Zapatero el privilegio que ni siquiera se niega a los muertos. A eso se le llama rencor insuperable. Pero ella cree que se llama responsabilidad política.

 

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