Fuego amigo

La corbata no cubre las vergüenzas

 

El Congreso de los Diputados ha determinado prohibir el paso a sus dependencias a quienes vistan pantalón corto o camiseta de tirantes. Y no se hace excepción alguna ni en verano, ya sean turistas buscando la foto de los impactos de las balas del 23-F en el techo, ya sean fotógrafos profesionales cargados como mulas de cámaras y objetivos. La obsesión de José Bono, presidente de la Cámara, con la vestimenta enlaza con la tradición conservadora que cree que el hábito, en verdad, hace al monje. Si llevas camisa y corbata puedes desplegar tu mejor repertorio de groserías desde el escaño, pero un ministro sin corbata, pongamos Sebastián, difícilmente se distinguirá del criado.

 

En la jerga de sus señorías, se adopta esta medida por un "mínimo decoro exigible". El decoro, por muchos esfuerzos que hagan los diccionarios, es una palabra inabarcable, una de las más polisémicas de cuantas existen, pues hay tantos sentidos del decoro como dueños de la palabra. En una mezquita turca, el guardián del decoro nos obligaba a los turistas a cubrir las piernas desnudas con un faldón maloliente y de dudosa higiene, con la disculpa de que entrábamos en lugar sagrado. Había que elegir entre la sarna o la ira de Alá.

 

En mi niñez, las mujeres eran el objeto directo del decoro eclesial. En la iglesia debían permanecer cubiertas con velo, el largo de la falda estaba tasado, y el uso de las medias era imprescindible. En la entrada, un cura voyeur certificaba por la costura de las medias que las mujeres llevaban el decoro impreso en las piernas.

 

Bono y yo venimos de aquellos polvos de una España de sacristía. Yo me he hecho nudista, pero él no ha logrado superarlo todavía. Se cree que con corbata cubrimos mejor nuestras vergüenzas y desvergüenzas

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