Fuego amigo

Los socialistas votaron con una mano en la nariz

Si los que poblamos este blog todos los días nos sentáramos en el Congreso de los Diputados, creo que el hemiciclo sería un lugar inhabitable, con insultos personales sustituyendo a los argumentos (sólo tenéis que ver los mensajes dedicados a mí, por gente que ejerce la caridad cristiana hasta la muerte... del contrario). De vez en cuando, sólo de vez en cuando, sí ocurre en el ruedo político, como esos diputados del PP poseídos por la santa ira a la que se refería san Josemaría, que se incorporan en el escaño para insultar con mayor impulso al presidente del gobierno, con ese inconfundible gesto del chulo de putas en traje de domingo, la viva imagen corporal del capataz que tras el improperio mira de reojo a su jefe de filas, como diciendo ¿lo he hecho bien?
El anonimato de este otro hemiciclo virtual destapa los peores y más pobres argumentos, porque el insultador no tiene que sostener sus secreciones mentales ni con su cara ni con su prestigio profesional, puede tirar la piedra y retirarse después, discretamente, a evacuar el resto de sus argumentos sentado cómodamente en la taza del retrete. Por fortuna, lo que ocurra en este blog no tiene consecuencias públicas.

Por eso me parece admirable lo que algunos políticos tienen que aguantar. Ayer, por ejemplo, tras el rechazo de la enmienda de IU para modificar la financiación pública de la Iglesia a través del IRPF, no he podido más que admirar el sentido de la disciplina de la bancada socialista al votar en contra. Es lo que se llama "votar con una mano en la nariz". Antes se decía que "además de puta, pones la cama". El partido socialista no tuvo el coraje de proponer el secreto del voto para que cada diputado votara en conciencia. Según Rubalcaba hay que hablar antes con la Conferencia Episcopal.
¿Con quién? Esto me recuerda que, por mucho menos, la derecha exige estos días la dimisión del ministro Montilla porque su partido, el PSC, se benefició de una condonación de deuda millonaria por parte de la Caixa. Y yo me pregunto, si todos los años el Estado, o sea nosotros y no una caja de ahorros, le condona a la Iglesia la cantidad (muchos millones de euros) adelantada en los presupuestos generales del Estado, que nunca devuelve, ¿son los obispos los interlocutores adecuados para hablar de esa financiación? ¿No deberían dimitir antes el "tal" Blázquez y el "tal" Rouco?

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