Fuego amigo

Ateo, como la madre Teresa de Calcuta

Llevo días dándole vueltas a la doble vida vivida por la Madre Teresa de Calcuta, a raíz de la publicación de unas cartas suyas en las que descubre sus dudas sobre la existencia del dios al que había dedicado toda su vida. La versión moderna del unamuniano cura ateo "San Manuel Bueno, mártir". Una imagen sabiamente elaborada para vender por el mundo el producto de la bondad cristiana, del desapego a las riquezas mundanas. El contrapunto al oropel vaticano, a las sedas púrpuras de los príncipes de la Iglesia, a las intrigas palaciegas de la curia romana.

Al igual que el Escriba Escrivá de Balaguer, esta monja de apariencia quebradiza fue para Juan Pablo II un instrumento más del mensaje ultra conservador de la iglesia católica. Ejercía su caridad en la India, un país agobiado por la pobreza y la superpoblación, pero era contraria a cualquier control de natalidad. Cuando una vez se le hizo ver tal contradicción contestó que "Dios siempre provee. Él cuida las flores y los pájaros y todo aquello que ha creado. Y los niños son su vida. Nunca llegarán a nacer bastantes". Como siempre, para el dios de las contradicciones vale cualquier respuesta, por infantil que parezca.

"Nunca llegarán a nacer bastantes". Por ello, este instrumento papal hizo campaña en Irlanda (a donde fue transportada en avión en primera clase) a favor de la prohibición del divorcio en el referéndum en el que se pretendía su abolición. Durante años, la maquinaria eclesial se encargó de acallar las voces de representantes de ONGs que denunciaban la falta de equipamientos básicos en sus hospitales (morfina, otros anestésicos, o antibióticos) mientras la Orden de la Misioneras de la Caridad a la que pertenecía manejaba fondos de millones de dólares en sus sedes fuera de la India.

Esta mujer, a la que Juan Pablo II se apresuró a buscarle un milagro tras su muerte para acelerar precipitadamente su camino hacia la santidad, era una integrista que consideraba el SIDA como "un castigo de dios por un comportamiento sexual inadecuado". En vida se comportó como la papisa de una Orden multimillonaria que tiene en la India su escaparate de pobreza para obtener fondos, aunque ahora, en su muerte, su tránsito hacia la santidad puede ser incierto, tras la inoportuna publicación de sus dudas, más que dudas, sobre la existencia del dios que da de comer tan ricamente a sus hermanas en Cristo.

Esa doble vida de la que hoy pretenden hacer santa, para así seguir engrasando la maquinaria empresarial de la Iglesia católica, es la alegoría perfecta de las religiones, de su poliédrica moral, de su inmoral moralidad. Yo pude escapar de sus garras a los diecisiete años, pero la madre Teresa de Calcuta tuvo que morirse para poder decir al mundo lo que su trabajo cotidiano con los más miserables se empeñaba en demostrarle a diario: que dios no existe, que es imposible que exista alguien tan cruel y desalmado.

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Meditación para hoy (otra): Leo que cinco niños y dos mujeres murieron ayer, y otras cinco personas resultaron heridas en un bombardeo aéreo estadounidense contra una vivienda en la ciudad de Samarra, a 125 kilómetros al norte de Bagdad. Un helicóptero de EEUU destruyó a bombazos la casa, con ellos dentro. Yo sabía de la existencia de Samarra por el cuento sufí más inquietante de cuantos conozco. Por él siempre pensé que Samarra se encontraba a uña de caballo de Bagdad, lo que en Galicia llamamos "unha carreiriña dun can". Pero creo que tanto el mejor caballo como el perro más corajudo morirían en el intento si intentaran cubrir corriendo los 125 kilómetros que separan a ambas localidades. Dejando a un lado ese pequeño detalle, una licencia literaria, el autor sufí ya sabía de alguna manera, con varios siglos de antelación, que en 2007 es imposible escapar a la muerte, vivas en Bagdad o en Samarra. Este es el angustioso cuento de nunca acabar:
Vivía en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un joven sirviente, Ahmed, a quien apreciaba mucho. Un día, mientras Ahmed paseaba por el mercado de tenderete en tenderete, se encontró con la Muerte que le miraba con una mueca extraña. Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta llegar a casa. Una vez allí le contó a su señor lo ocurrido y le pidió un caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenía unos parientes, para de ese modo escapar de la Muerte. Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo más veloz de su cuadra, y se despidió diciéndole que si forzaba un poco la montura podría llegar a Samarra esa misma noche. Cuando Ahmed se hubo marchado, Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la muerte paseando por los bazares.
"¿Por qué has asustado a mi sirviente? -preguntó a la Muerte-. Tarde o temprano te lo vas a llevar, déjalo tranquilo mientras tanto".
"No era mi intención asustarlo -se excusó ella-, pero no pude ocultar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra".

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