Fuego amigo

Aquí he vivido los momentos más intensos de mi vida

No sé si la declaración del obispo Ricardo Blázquez estaba pactada con sus compañeros de la Conferencia Episcopal Española ("probablemente... ante actuaciones concretas... debemos pedir perdón". Eso, y poco más), aunque parece que pocos apoyos ha tenido su simulacro de arrepentimiento entre sus colegas. Pero si la Iglesia piensa que con esa farsa de disculpa ha confesado todos sus pecados, requisito imprescindible para optar al Paraíso, es que no tiene ni idea de lo que piensa media España, ni, lo que es peor, de cómo se las gasta el mal carácter de su dios vengativo.

Yo, que tengo once años de instrucción entre las faldas de las monjas y los curas, y que sé sobre dios tanto como ellos, es decir, nada absolutamente, todavía recuerdo el catecismo del padre Astete. Y allí se decía bien claro que para que te sean perdonados los pecados son necesarios cinco requisitos: examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de la enmienda, confesión de boca y satisfacción de obra.

De los cinco, la Iglesia española no cumple ninguno, ni siquiera el de confesión de boca, porque lo dicho por Blázquez, más que una confesión de culpas es un ejercicio de historia a pie de página. La jerarquía eclesiástica española ni ha hecho examen de conciencia por haber participado activamente en el golpe de Estado del franquito, por colaborar en miles de sus asesinatos y en la represión de la larga postguerra, ni sus orgullosos purpurados se arrepienten de las fechorías de sus predecesores, ni, que se sepa, tienen el menor propósito de enmendarse, y, ni mucho menos, nos harán "ninguna satisfacción de obra". Antes al contrario, en lugar de satisfacernos ellos a nosotros, siguen exigiendo del erario público (a través de ese 0,7% de la cuota íntegra del IRPF) que les paguemos por los servicios prestados, en vista de que sus fieles les son infieles.

Hoy he visto su campaña de publicidad en televisión. Y compruebo que por suerte hay una nueva generación de curas, estos sí dispuestos a dar satisfacción. Al menos a sus feligresas. Una joven madre, con la sensualidad de las actrices que anuncian las colonias, nos susurra en el anuncio junto a una pila bautismal: "En esta iglesia he vivido los momentos más intensos de mi vida", al tiempo que nos enseña su bebé en brazos, fruto, quizá, de esos momentos intensos vividos, posiblemente en la sacristía.

Esos curas, los que tantas satisfacciones saben dar a feligresas como las de su anuncio, son los que a mí me gustan. Lo del bebé, en cambio, es lo que se podría llamar un efecto colateral no deseado.

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