Fuego amigo

Ya sé una palabra más

Ayer aprendí una nueva palabra: haloperidol. Se la enseñaba Pérez Rubalcaba al diputado del PP Juan José Matarí (anda, para que luego hagáis coñas con mi apellido), y yo la agarré al vuelo. No os molestéis en buscarla en el diccionario de la Real Academia porque no viene. Sí la podéis encontrar en la wikipedia, que es como el María Moliner a lo bestia, un diccionario "de uso" que va recogiendo todas las porquerías de la calle.

Porque el haloperidol es una porquería farmacéutica en manos de los políticos sin escrúpulos como Mayor Oreja, "un fármaco antipsicótico (...) que se utiliza para tratar la esquizofrenia, estados psicóticos agudos, de agitación psicomotriz, maniacos, de pánico y de ansiedad".

El peligro de este fármaco es cuando se utiliza mal, cuando el que está en estado psicótico, de pánico y de ansiedad es el político que lo administra, y no los presuntos pacientes. Saben leer los balances, pero no leen bien los prospectos, y luego pasa lo que pasa. Es lo que ocurrió en el primer gobierno de Aznar cuando su ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, tras devolver en un avión a un centenar de subsaharianos que habían entrado en España ilegalmente, exclamó: "Teníamos un problema y lo hemos resuelto".

¿Y cómo lo resolvió? En los casos normales se solucionaría con la administración de unas píldoras. Pero como los negritos subsaharianos además de ilegales son desconfiados, y ante el temor a que no se las tragasen correctamente, Mayor Oreja disolvió el haloperidol en las botellas de agua. En las de los negritos... y en las de los policías que los acompañaban. Así que lo más escogido de nuestras fuerzas de seguridad, drogados hasta las cejas (eso sí, muy relajados) repartieron por toda África a un ciento de inmigrantes contentísimos de volver a ver a sus parientes. Todo eso, más o menos, lo supimos ayer, para pasmo del diputado Matarí que nada debía de saber del asunto.

Y mira que el ministro, paladín de los políticos democristianos europeos, venía avisando de su sentido de la caridad cristiana. Ya por entonces el diario francés Le Monde recogía unas palabras enigmáticas de Mayor Oreja en una entrevista: «Basta ya de buenos sentimientos».

Y ahí le doy la razón, mireusté. Porque mezclar la política con los buenos sentimientos es el error capital de la chusma progre. Y sólo faltaría.

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