Fuego amigo

La fuente del crédito se ha secado

El gobierno acaba de anunciar un "plan de rescate" de las PYMES, a tenor de los estragos que los problemas de financiación están provocando en las pequeñas y medianas empresas. El sector empleador por excelencia (de él depende el 89% de los empleos) encuentra enormes resistencias para obtener un crédito o una línea de descuento por parte de los bancos.

Ya sabemos que muchos pequeños empresarios están llegando al extremo de tener que poner en venta hasta sus coches particulares. Yo todavía conservo el mío, aunque no sé hasta cuando. Soy socio de una PYME con catorce empleados, que lleva doce años trabajando con un banco de esos que Zapatero se lleva a Washington como modelo a seguir, un banco que registró 4.500 millones de euros de beneficios en los nueve primeros meses de este ejercicio.

Hace tiempo que mi empresa necesita una línea de descuento. Y como se trata de un producto financiero, allí que me fui a comprarlo. Pero el bancario me miró raro, como si no me reconociera, como si le hubiese pedido una caja de condones, o como si hubiese entrado en la farmacia a pedir un crédito.

Como sabéis, la línea de descuento no es una obra de caridad, es un producto financiero que consiste en que el banco adelanta el dinero que tenemos en letras o pagarés, y cobra una pasta por ello. Como en el Corte Inglés: entras, te compras un abrigo, pagas y te lo llevas a casa. Gente profesional que conoce los mecanismos de venta de una tienda, que te saluda efusivamente cuando te acercas a comprar y te despide ceremoniosamente, agradecida a que hayas contribuido a sostener su puesto de trabajo. Pero los empleados de las tiendas de dinero todavía viven en la ficción de que el cliente de la banca es un ser pedigüeño, un vendedor de pañuelos insolvente con un puesto en los semáforos, un tipo sospechoso que se acerca a su mostrador sólo para molestar. Déme argo, señorito, déme argo.

Tras la respuesta negativa del bancario, según me despedía me acordé de que no le había mencionado que tres de mis empleados, cuyos sueldos dependen de la viabilidad de mi empresa, tienen contratado con su banco tres hermosos créditos hipotecarios a los que no podrán hacer frente como la cosa vaya mal. Sí me acordé de que nuestro gobierno había habilitado 30.000 millones de euros para mantener la solvencia bancaria y, de paso, el puesto de trabajo del sagaz empleado de banca que me desatendió.

Así que creo que lo menos que podía hacer ahora el gobierno es exigirles a los bancos y cajas que empleen el dinero, nuestro dinero, en la financiación de las empresas, y no en pagar el sueldo a empleados inútiles incapaces de hacer un sencillo análisis de riesgos. De lo contrario puede ocurrir que tengamos la banca más saludable del mundo, en medio del mayor cementerio laboral del mundo. Eso sí, los más ricos del cementerio.
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Meditación para hoy:

Como contrapunto, confieso que me emocioné al leer lo sucedido a otro paria, otro vendedor de pañuelos con puesto en semáforo de una calle de Sevilla, un sin papeles nigeriano que acaba de revivir un dulce cuento de Navidad. Se trata de Amby Okonkwo, el nigeriano que había encontrado una cartera con 3.500 euros y la había devuelto a su dueño. Resulta que un grupo de amigos de Madrid, completamente desconocidos para él, ha reunido 2.000 euros y se los ha enviado, como un premio anónimo a su generosidad. La noticia me ha recompuesto los platos rotos del día.

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