Fuego amigo

Carlos Marx y Emilio Botín, uña y carne

Ahora que Zapatero juega con la camiseta del G-21, ya me lo imagino como un Santa Claus, sentado en su sillón delante de los grandes almacenes, mientras los niños banqueros, sindicalistas y empresariales se sientan en sus rodillas y le susurran al oído sus peticiones, para que las traslade a los 20 Reyes Magos de Washington.

En esta crisis tan rara, en la que los bancos norteamericanos han tenido el mismo tratamiento que los muertos, que siempre salen a hombros por mal que lo hayan hecho en vida, Zapatero reunía ayer por la mañana a los únicos banqueros, los españoles, que se merecían un homenaje en vida por su comportamiento profesional... siempre y cuando uno esté lo suficientemente loco como para hacerle un homenaje a un banquero.

A la salida de la reunión, los banqueros revivieron el grito de ¡vivan las caenas!, para que el presidente del gobierno ninguneado por Bush llevara a Washington la receta que ha demostrado ser la mejor: que gracias a las cadenas del Banco de España, y su control minucioso en la inspección, la salud de nuestro sistema financiero apenas padece un resfriado.

Es una pena que el PSOE haya renegado del marxismo, porque de esta manera en esa reunión habrían estado representados dos de los diez ganadores de la crisis, según las no poco extrañas estimaciones del diario inglés The Times: Karl Marx y Emilio Botín.

Dice el sesudo diario que la debacle del sistema financiero internacional ha hecho que los ojos se vuelvan al menos gracioso de los Marx, hasta el punto de que en la librerías alemanas las ventas de El Capital han aumentado en un 300%. Y de Emilio Botín alaba su habilidad para hacer extraordinariamente rentable la banca comercial, lejos de la imaginativa y letal ingeniería financiera que desató la galerna.

Por la tarde, Zapatero Santa Claus recibió en su regazo a los sindicalistas y a los representantes de las patronales COE y CEPYME. Los sindicalistas, puestos a pedir, pidieron que la crisis no repercuta en las condiciones de vida de los trabajadores. Y los empresarios sugirieron a Zapatero que traslade a los Reyes Magos la urgente reforma del sistema financiero internacional para conjurar futuras crisis.

Yo no fui invitado, pero desde aquí le envío mi petición: Señor presidente, salude a Bush desde la distancia con un "hola, amigo", y hágale una pedorreta delante de todos los allí presentes. Como es tonto, pensará que todavía estamos en Halloween.
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Meditación para hoy:

La guerra contra el hambre es un eufemismo que sólo encierra buenas intenciones. Todos los líderes que buscan un reconocimiento internacional presumen de estar embarcados en una guerra sin cuartel contra el hambre. Si les preguntas quién es el que provoca el hambre, obtendrás las respuestas más dispares, pero ninguno de ellos, por supuesto, es el culpable. De esta manera, los que nada tienen que comer permanecen distraídos con nuestras promesas de un futuro mejor, no vaya a ser que su desesperación les empuje a emprender una guerra de verdad.

Se ganan las guerras invadiendo el territorio o peleando palmo a palmo, según el equilibrio de fuerzas. Algunos subsaharianos pretenden invadirnos en cayucos, sus inestables barcos de guerra, sin disparar un sólo tiro. Ayer vi por televisión las imágenes angustiosas de 123 inmigrantes llegados en cayuco a Canarias. Dos morían apenas al desembarcar y varios de ellos se encuentran en estado grave. Había un número indeterminado de adolescentes, y alguno de ellos parecía el vivo retrato de un preso de un campo de concentración nazi. Escapaban de esa cárcel llamada África, sin alimentos, bebiendo agua salada para venir a morir más confortablemente en nuestras costas.

Otros, como acaba de ocurrir en Melilla, han decidido luchar cuerpo a cuerpo con la Guardia Civil con armas de piedra y palo, para conquistar un poco de territorio. Una batalla en toda regla. Nuestras fuerzas repelieron la agresión, como diría un parte de guerra, pero sería bueno que no confundiéramos la guerra contra el hambre con la guerra contra el hombre, contra los hambrientos que no tienen dónde caerse muertos.

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