Otras miradas

El odio que nos atonta

María Navarro

Periodista de 'Radiocable'

Decía recientemente Mujica que "en la vida hay que cuidarse del odio porque amputa la inteligencia". Y yo añado, cuidémonos bien de él o al final no habrá inteligencia que amputar.

Porque ya empezamos a dar señales de una sociedad infantilizada y atontada. Una opinión pública dirigida por el odio y el miedo. Y eso no trae nada bueno. Cada vez son más los temas sobre los que no hay opción a debate. Asuntos tan polarizados como la situación en Cataluña o en Venezuela cuentan con muy pocos espacios de reflexión real. Y eso es devastador para la inteligencia y el progreso de una sociedad.

Es precisamente de ese vacío de reflexión, de esa polarización de la que se aprovechan los promotores del odio. Quienes lo introducen a través del miedo para convertirlo en racismo o machismo y, en definitiva, inyectar ideas propias de las épocas más oscuras de la historia.

A cambio, no es difícil detectar la hipocresía del discurso, de un país que asume la frivolidad en el tratamiento informativo de un terrible suceso como el de Julen. Pero, sin embargo, se escandaliza con el simple hecho de que el periodista Jordi Évole entreviste a Nicolás Maduro, antes incluso de haber visto la entrevista. Realizada, por cierto, sin frivolidades y con rigor.

La misma sociedad en la que nos falta tiempo para defender los derechos humanos de Venezuela mientras ignoramos que mueren ahogadas centenares de personas camino a nuestras costas. El mismo en el que votamos a un partido de ultraderecha con ideas que, en cambio, sí señalamos al otro lado del charco.

Ese mismo país que califica la calidad democrática de (ciertos) países extranjeros para no ocuparse de la suya propia. Y así nos va...

Un país cuya sociedad dice estar defraudada hacia su clase política ("todos los políticos son iguales") mientras vemos en televisión a varios conciudadanos pidiendo autógrafos a un condenado por fraude. Pero, claro, es que es Cristiano Ronaldo...

Desgraciadamente somos un país que, para no señalar sus vergüenzas, refleja las suyas en otros países. Así no hablamos, por ejemplo, de una monarquía, la nuestra, que negocia con dictaduras.

Pero lo peor de todo esto no es la hipocresía de la que adolecemos (que también). Sino el filtro cada vez más permeable por el que nos cuelan el odio y la ignorancia que terminará por amputar, como decía Mujica, la inteligencia que nos queda.

Reaccionemos, porque vamos camino de un país que, como no despierte, solo verá oscuridad.

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