Otras miradas

De un colonialismo a otro: la efeméride desacralizada

Christiane Stallaert

Ilustración del primer desembarco de Colón en América. -Flickr
Ilustración del primer desembarco de Colón en América. -Flickr

Al consultar en línea el diccionario de la RAE para comprobar si la palabra efemérides se escribe o no con -s final en castellano, me di con la sorpresa de que ofrece como ‘palabra del día’ para el 13 de octubre de 2022, el verbo ‘desacralizar’: "Quitar el carácter sagrado a alguien o a algo".[i] No podía ser más oportuno. Desacralicemos, pues, la efeméride/s del jueves.

Una vez pasado el sagrado 12 de octubre, Día de la Hispanidad, propongo ofrecer una lectura diferente de los hechos de 1492 y preguntar, por ejemplo, qué pasó el día después, 13 de octubre de 1492.

Resulta que aquel día, Colón, una vez haya tomado posesión de la isla Guanahani, se desinteresa de su primera conquista. El almirante tiene prisa y si bien "también aquí nace el oro que traen colgado a la nariz", "por no perder tiempo, quiero ir a ver si puedo topar a la isla de Cipango".[ii] Visto así, el 12 de octubre es una efeméride efímera de una meta no alcanzada. La ambición de Colón y su reina patrocinadora no se cifra en la toma de posesión de una isla del Caribe. El objetivo es abrir una nueva vía para el comercio con Oriente: llegar a las costas de Catay/China, el imperio del Gran Khan, pasando por Cipango/Japón. Si Colón tiene algo que celebrar el 12 de octubre, día del ‘descubrimiento’ de la isla de Guanahani, es el hecho de ver confirmado el cálculo de días de navegación necesarios para llegar a tierras orientales. En los días y semanas que siguen, Colón continúa navegando por el mar Caribe en busca de Cipango y Catay, mientras va incorporando a la Corona de Castilla una por una las islas "descubiertas" por el camino. La toma de posesión se ejecuta con precisión según el ritual notarial de Castilla, ante escribano y testigos, dando estocadas a los árboles, sembrando cruces, plantando ramas cortadas.

A finales de octubre, Colón llega a la isla de Cuba, que "debe ser Cipango", ya que "decían los indios que en aquella isla había minas de oro y perlas [...]. Y entendía el Almirante que allí venían naos del gran Can, y grandes y que de allí a tierra firme había jornada de diez días". Toma posesión de la isla rebautizándola como Española. En su informe para los Reyes redactado en marzo de 1493, Colón afirma que de todas las tierras descubiertas "ha tomado posesión por sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho". Entre ellas, la Española, isla ubicada "en el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de todo trato, así de la tierra firme de acá, como de aquella de allá del Gran Can, adonde habrá gran trato y ganancia".

Los Reyes podrán disponer de esta cabeza de puente para el comercio lucrativo con Catay, "tan cumplidamente como de los Reinos de Castilla". La efeméride desacralizada del 12-O muestra una verdad alternativa: lo que empezó como una embajada comercial hacia China/Catay acabó en la toma de posesión de Japón/Cipango e islas adyacentes, mientras que los verdaderos China y Japón siguieron de momento aislados del nuevo mundo creado a partir de 1492.

Cuatro siglos más tarde, España pierde los últimos vestigios de su imperio de ultramar. La pérdida más llorada fue Cuba, el Cipango/Japón colombino. Sin embargo, al igual que en 1492, tampoco en 1898 Europa tenía la mirada puesta en el Atlántico sino en Oriente. Un artículo publicado en la Revue des Deux Mondes de 1897 destaca el ‘problema de Extremo Oriente’ como nuevo foco de atención de las potencias occidentales.[iii] Una vez más la verdadera apuesta es Catay/China. Según el autor, el ‘problema de Extremo Oriente’ estalla en el invierno de 1885 cuando, en función de los principios acordados en la Conferencia de Berlín, Francia se lanza a plantar su bandera en unas islas del Pacífico, las Islas Pescadores. Si bien estas islas debían su nombre a la ‘toma de posesión’ por un conquistador castellano en la primera mitad del siglo XVI, España jamás había ejercido la soberanía efectiva sobre ellas, circunstancia que exponía este territorio a ser colonizado por otra potencia.

Francisco Coello, el representante de España en la Conferencia de Berlín, destaca en junio del mismo año que: "La exigencia de que resulten efectivas las ocupaciones territoriales para consolidarse, es un principio aceptable, siquiera de difícil aplicación o dudoso éxito. Sobre todo, no pueden admirarse las resoluciones, cuando se conocen las causas o las intrigas que las produjeron, y como sucede siempre, pierde mucho el efecto del espectáculo cuando se ve entre bastidores y se han conocido las maniobras del maquinista".[iv] La acertada imagen del maquinista recuerda que las colonizaciones del siglo XIX vienen impulsadas por la máquina de vapor y el ferrocarril. Y esta va a ser el arma con la que Rusia, aprovechando su posición geoestratégica a caballo entre Europa y Asia, consolidará su posición frente a las potencias occidentales que se disputan la entrada a China por el Pacífico.

En 1891, el  Zar Nicolas II inaugura las obras del Transiberiano, colocando la primera traversa en Vladivostok. Los rusos trabajan con prisa, febrilmente, ya que "en el momento en que China se abra, los rusos no quieren ser adelantados por nadie". "Pero", continúa el René Pinon, autor del citado artículo de 1897, "fue sobre todo el desarrollo económico del Lejano Oriente lo que animó a los rusos en su empresa. [...] se creía que China era capaz de organizarse, de convertirse por su propio esfuerzo en una nación productora y exportadora; un futuro indefinido de riqueza y prosperidad parecía reservado al ferrocarril que, por una ruta más corta y menos costosa que la de Suez, arrojaría a Europa el enorme stock de mercancías chinas. Entre China y Europa, Rusia apareció como el "intermediario honesto" del futuro. [...] Se entendió que la regeneración, o más bien la explotación de China, sería obra, no de los propios chinos, sino de un pueblo más activo, más avanzado y más audaz. ¿Quién sería este pueblo, a quien estarían reservados los inmensos beneficios del desarrollo de la antigua Catay; ¿sería a Rusia, Inglaterra, Japón o incluso Francia, Alemania o los Estados Unidos? Esa era la pregunta que apareció a partir de entonces en su verdadera forma: ¿quién explotará a China?’.

La gran apuesta era, pues, ¿quién explotará a China?. La formulación dio lugar a polémica. El jesuita francés Louis Gaillard, misionero en China, objetaba que el término explotar "implica desprecio por los derechos ajenos" y que "perpetúa ese molesto prejuicio de que el objetivo principal de nuestra injerencia, la de los europeos, en los asuntos de los pueblos extranjeros, es explotarlos, lo que, además, es susceptible de disponer a los chinos contra los extranjeros".[v] Cuando en 1900 René Pinon vuelve a publicar su artículo en el libro La Chine qui s’ouvre, no pierde la oportunidad para replicar al jesuita desde la razón que mientras tanto le habían dado los hechos: "Pero, si esa fuera la realidad de las cosas, ¿podríamos mantenerlo en silencio? ¿Qué van a hacer las grandes potencias en China, sino explotar sus riquezas? Los acontecimientos que siguieron justificaron suficientemente nuestra expresión. Demostraron que la pregunta no es: ¿quién civilizará, quién cristianizará, quién conquistará China? Pero, ¿quién la explotará, es decir, quién se beneficiará del desarrollo de su riqueza? También se debe tener en cuenta que esta explotación no daña los intereses chinos; los Celestiales tienen todas las de ganar, por el contrario, del desarrollo económico de su país".

Queda claro, sin embargo, para el autor francés que la explotación de China no puede realizarse con las recetas coloniales aplicadas a otros continentes: "País superpoblado, rico, productor y comerciante, China no es ni puede ser tierra de colonización. La acción de las grandes potencias no podría parecerse allí a lo que fue en las soledades de Australia o en el África negra. Una exploración como la de Stanley, una expedición como la de Dahomey o Madagascar no serían apropiadas aquí: todo el esfuerzo de los extranjeros se resume en una conspiración general para obtener la mayor parte de las ganancias del desarrollo de esta tierra recientemente abierta a sus codicias. No tienen ni la ambición de conquistar ni poblar China, ni la noble pasión de civilizarla o, si se deja de lado la obra de los misioneros, de cristianizarla; buscan sobre todo, mediante la introducción de los procesos de Occidente, estimular su producción natural, aumentar sus necesidades para aumentar su poder de consumo, movilizar sus recursos económicos para lanzarlos al torrente cada vez mayor de la circulación universal de la riqueza". Y al escribir estas palabras en 1900 el autor se muestra optimista: la apertura de China a la explotación por Occidente ya no tiene marcha atrás: "Como el caparazón que ha permitido que la punta de una cuchilla se deslice entre sus válvulas entreabiertas, la China de hoy ya no puede cerrarse. A pesar de su indiferencia por todo lo que no es ella misma, se ve arrastrada a un torbellino irresistible, presa de esa fiebre de actividad creadora que es el carácter mismo de las civilizaciones modernas. No es conquistada por ejércitos: los Estados que pretenden comerciar con ella, incluso a pesar de ella, y que han ocupado en sus bordes algunos 'puntos de apoyo' para sus escuadrones o algunas fortalezas para sus soldados, tienen sobre todo tomado estas precauciones militares porque están celosos unos de otros y desconfían unos de otros. China tampoco se deja seducir por una cultura cuya superioridad no comprende. El espectáculo que estamos presenciando es completamente diferente: es China invadida por capitales extranjeros en busca de un interés que supere el modesto 3 por 100 de nuestras rentas al Estado; es una China abierta a los procesos y herramientas de la civilización occidental, transformada por los bancos, los ferrocarriles, la minería: China se abre al dinero y a las máquinas. Rusos, ingleses, franceses, alemanes, americanos, japoneses, belgas, italianos, en la obra de desarrollar tanta riqueza improductiva, aspiran al lucrativo papel de administradores y corredores; quieren ser los agentes y los primeros beneficiarios de una transformación económica que los chinos no querían, pero que, quizás, sabrán aprovechar".

El optimismo, no obstante, quedará defraudado. Catay seguirá resistiéndose a la explotación por Occidente. El mismo año de 1900, el misionero jesuita que había criticado a René Pinon, moría en Pekín, víctima de la rebelión de los Bóxer, los ‘Puños honrados y armoniosos’, que se habían levantado contra la creciente influencia e injerencia extranjera en territorio chino. Una Alianza de ocho potencias extranjeras aplastó la rebelión y obligó a China, en el tratado firmado en 1901, a pagar ingentes sumas como reparaciones de guerra. Todo ello precipitó la caída de la dinastía imperial, llevando a la proclamación, en 1912, de la República China.

En 1900 otro jesuita misionero en China había escrito en alusión al libro de René Pinon: "Ustedes hablan con orgullo en Europa de China que se abre: es más bien China que se cierra, que deberíamos decir". [vi] La historia le daría la razón, de modo que hoy, en la efemérides desacralizada del 13 de octubre de 2022 está de plena actualidad la conclusión a la que llegó René Pinon en 1900:

En la retrospectiva de la historia, este florecimiento de una nueva China, en su contacto durante mucho tiempo evitado con la civilización europea, aparecerá como el hecho capital del final de nuestro siglo; cuando se desarrollen las revoluciones económicas y políticas que están en germen en esta metamorfosis de la antigua Catay, apreciaremos qué lugar ocupa en la historia del mundo este hecho sin precedentes que, entre nosotros, apenas parecemos percibir.

[i] https://dle.rae.es/desacralizar. Consultado el 13 de octubre de 2022.

[ii] Las citas del Diario de a bordo y la Carta de Colón a Luis de Santángel proceden de: Cristóbal Colón. Diario de a bordo. Edición de Luis Arranz Márquez. Madrid: Dastin, 2000.

[iii]  Las citas proceden de René Pinon & Jean de Marcillac, La Chine qui s’ouvre. Paris, 1900. Esta edición incluye el artículo de 1897 publicado en la Revue des Deux Mondes. Las traducciones son mías.

[iv] La conferencia de Berlín y la cuestión de las Carolinas: Discursos pronunciados en la sociedad geográfica de Madrid por su presidente honorario don Francisco Coello. Madrid, 1885, p.6.

[v] Citado en René Pinon & Jean de Marcillac, La Chine qui s’ouvre. Paris, 1900, p.23.

[vi] Citado en Dante Vacchi & Anne Vuylsteke, Les Jésuites en liberté. Paris : Filipacchi, 1990, p.74.

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