Otras miradas

No es posible matar el 15 M

Alberto San Juan

Actor y dramaturgo

Acto de la fundación de Podemos en el Teatro del Barrio, Madrid (2013).- REUTERS
Acto de la fundación de Podemos en el Teatro del Barrio, Madrid (2013).- REUTERS

 

El Teatro del Barrio nació en diciembre de 2013. Fue una de tantas iniciativas inspiradas por el cambio cultural que supuso la ocupación popular de las plazas en la primavera de 2011. Aquel cambio puso fin al relato de los años dorados de la democracia postfranquista, el periodo comprendido entre mediados de los 80 y 2010, el tiempo en que España se autopercibía como una democracia próspera y ejemplar. Aquel cambio supuso tomar conciencia de que quizá nuestra sociedad no era tan democrática ni tan próspera ni tan ejemplar como nos habíamos estado contando durante más de dos décadas. Y proponía un camino a seguir: más democracia. Y esto se experimentaba diariamente en las asambleas políticas celebradas en espacios públicos.

Según el investigador Ángel Luis Lara, la energía política colectiva liberada aquella primavera no tuvo tiempo suficiente para madurar y crear una institucionalidad propia capaz de desarrollar toda su potencia. La alternativa electoral que surgió de aquel entusiasmo, de aquel manantial de imaginación, se convirtió pronto en un partido político cuyo fin era alcanzar el poder para cambiar las cosas en el sentido de la emancipación. Y, quizá, no se trataba de alcanzar el poder sino de seguir imaginando y construyendo caminos para atravesar el poder mismo, para poder empezar a atisbar un mundo más habitable. Pero esa es otra historia.

En enero del 14 se presentó Podemos en el Teatro del Barrio. La calle Zurita estuvo llena de gente durante horas porque el interior del teatro estaba abarrotado. Allí se presentó una herramienta para facilitar la autogestión ciudadana, una propuesta de institución popular radicalmente democrática que no dependería de los bancos, que no necesitaría posicionarse con la nomenclatura clásica y ya tan distorsionada de la izquierda y la derecha, que lucharía por el control colectivo, que no estatal, de los recursos básicos para la vida: la vivienda, la alimentación, la energía, una información independiente, la salud, la educación. Fue una jornada hermosa que forma parte del patrimonio colectivo. Recordarla me hace volver a conectar con el entusiasmo de aquellos días. También intentar aprender de los peligros de intentar alcanzar ningún poder de unos sobre otros. Aprender de la necesidad de trabajar siempre, en los fines y en los medios, por el poder de unas con otras.

Toda acción llevada a cabo desde entonces desde cualquiera de las instancias del poder dominante en España ha tenido un sólo objetivo: matar el 15 M. Extinguir todo rastro del más poderoso ciclo de movilización popular democrática vivida en España desde la transición de la dictadura franquista a la etapa posterior. Pero, a mi entender, esto no es posible. Mientras yo sienta un zapato en el cuello, siempre querré levantarme del suelo. Aunque pueda pasar largas temporadas limitándome a buscar la postura menos incómoda, menos dolorosa, para permanecer en el suelo. Siempre habrá alguna parte de mí que mantenga el impulso de apartar el zapato y empezar a respirar a pleno pulmón.

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