Persona, animal o cosa

TAXI - Sabrosa mami.

Berto Romero

TAXI - Sabrosa mami.

Subo al taxi murmurando un buenas noches. La voz del taxista, sin girar la cabeza, me contesta en tono cariñoso "claro, mami". "¿Perdón?", respondo. El conductor gira levemente su cuello y señala su oído, con sonrisa pícara. Entiendo que no me ha escuchado y repito "buenas noches". Y él: "eso es lo que me enamoró de usted, mami". Esto último ya no puedo (ni quiero) interpretarlo y alzo la voz: "¿perdone, qué me ha dicho?". El taxista gira más la cabeza y vuelve a señalarse la oreja. Ahora puedo distinguir semienterrado en ella uno de esos auriculares minúsculos: está hablando por teléfono. Leo en su expresión un atisbo de desagrado, un "no moleste, estoy en algo importante", que me hace sentir maleducado. Y enfilamos el pedregoso camino hacia la más cruda incomodidad. Estoy a punto de recibir una descarga de almíbar e indiscreción que me convertirá en un condensador cósmico de vergüenza ajena.

Le doy mi dirección y obtengo como respuesta un meloso "ahá". No sé si para mí o para la "mami" del teléfono, pero el hombre ha puesto en marcha el vehículo y no pregunta nada, de modo que me pongo cómodo. Oigo la mitad de una conversación de enamorados en fase de puro caramelo. A viva voz. "Muero por su carne, mami". Me entero de todos los detalles de su pasión, descubro cómo le gusta que le hable y le toque. "Qué sabrosa la siento". Tras una curva comienza a reprocharle que no haya ido a verle hoy, con abyectas recriminaciones pasivo-agresivas, "yo entiendo, mami, que usted no haya querido venir a verme, porque estaba cansadita. Yo sí hubiera ido, aunque fuera sólo diez minuticos". "Pero claro, cada persona es diferente. Usted no es como yo". Estoy atrapado en un purgatorio sentimental de reproche espolvoreado con azúcar glasé.

La conversación acaba a dos calles de casa. "Adiós, mamasota. Uno más grande para usted, de los que le gustan, suave y calentito". Helado silencio hasta que me deja en mi portal. Allí me quedo unos segundos, inmóvil, viéndole alejarse, sintiendo las orejas encendidas.

Subo a casa y me doy una ducha.

 

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