Pato confinado

Los chimpancés también adoran las hamburguesas con queso

Bonobos comiendo.
Bonobos comiendo. Foto: by tsauquet from Pixabay.

Corre un vídeo en internet de un mono cocinando. Sí, como un cowboy en el páramo o un aprendiz de los Boy Scouts (están en los USA). Aparece frente al fuego. Usa unos palitos de apoyo. Maneja una sartén. Está haciéndose a la brasa unos malvaviscos...

El fuego también lo ha preparado él (como se ve aparentemente en el vídeo). Sabe cómo utilizar el mechero y las cerillas. Ha transportado los utensilios necesarios para el picnic en una mochila roja que carga en su poderosa espalda de primate selvático. Cuando termina la comilona, apaga las brasas con una botella de agua.

Parece el inicio de una precuela de El planeta de los simios. Pero hay truco: el mono es un bonobo, una especie de chimpancé de costumbres libérrimas y bastante hippi, uno de nuestros parientes más próximos e inteligentes.

Se llama Kanzi, y va acompañado de su cuidadora. Ha sido entrenado para entender nuestro lenguaje y hábitos. En realidad, está considerado como el simio más inteligente que hayamos conocido.

El Einstein de los monos

Apartado de la naturaleza desde la cuna, los humanos hemos sido su reflejo. Ninguno de estos animales - en los experimentos que tuvieron lugar durante décadas y que buscaban enseñar nuestro lenguaje a los primates- ha conseguido tanto como Kanzi.

Seguramente sufra un trastorno de la personalidad...

Sabe muchas palabras (dicen que más de tres mil). Entiende el inglés, aunque no lo habla (los chimpancés carecen de nuestras cuerdas vocales, y a lo más que han llegado es a articular 'mamá' y 'taza').

Kanzi comprende el sujeto y las formas verbales. Responde con el lenguaje de signos que aprendió espontáneamente cuando era un enano, mientras acompañaba a su madre adoptiva, Matata, en los experimentos diarios.

Matata, por cierto, fue mala estudiante.

Si le dices, delante de unos muñecos: "Kanzi, coge la serpiente y haz que muerda al perro...", el animal lo ejecuta. Si se lo dices al revés- que el perro muerda a la serpiente- responde igualmente y de forma correcta a la orden.

No importa que los filólogos discutan si esto es de verdad lenguaje o solo un espejismo. Si se comportan como animales de feria o si de verdad trastean con lo que consideramos más sagrado.

Entienden el sujeto y el verbo, saben que hay cambios importantes en la posición de las palabras, sobre todo si estos cambios les benefician.

No es extraño entonces que el bonobo pueda cocinar los malvaviscos. Pero la imagen de un mono haciendo un fuego como el primer gaucho sigue teniendo eso intrigante, eso que nos susurra que así empezó todo este lío...

¡Quiero mi hamburguesa!

Otro de estos monos ilustrados tuvo una vida curiosa. Se llamaba Chantek, un orangután también secuestrado, criado en una universidad para que aprendiera nuestras cosas en ese planeta lejano que llaman Atlanta (EEUU).

Se enamoró tanto de las hamburguesas de un restaurante de comida rápida que pedía ir en coche hasta el lugar para degustar aquel manjar que no existe en su vegetariana naturaleza salvaje.

Antes de convertirse en el peligro público de aquella universidad (ya adulto, es como Arnold Schwarzenegger pasado de anfetaminas), le habían enseñado a pedir con signos la hamburguesa con queso y hasta a pagar.

Si lo hacía de manera mecánica o plenamente consciente, es una discusión que solo les importa a los humanos. Otra de sus comidas favoritas eran los helados de naranja con pistacho.

Las últimas 'palabras' que están registradas de Chantek, tras el cristal de la cárcel (digamos zoo) donde acabó, se las dirigió a la que había sido su cuidadora y confidente, la antropóloga Lyn Miles.

Le hizo el signo de 'llave'. Mostró con las manos el verbo 'salir', 'abrir la puerta'.

Dijo 'coche'. Dijo 'secreto'. Dijo 'duele'.

Pero nadie le pasó la llave por ninguna rendija, ni se escaparon a lo Thelma y Louise rumbo por la carretera hacia esa hamburguesa que se llama libertad. No había final de película para Chantek, nada de planeta de simios. El planeta era humano y él había dejarlo de serlo.

Volvía a ser un mono sin un lugar en el mundo. Siguió usando los signos, pero cada vez menos. Chantek señaló al resto de orangutanes que había en el zoo y que no sabían 'hablar' como él. Los llamó 'perros naranja'...

Seguramente sufría algo en su personalidad.

Murió en ese zoo de Atlanta, en 2017, a la edad de cuarenta años, habiendo perdido el estatus de 'persona naranja' amante de la comida rápida.

El resto de los monos de aquellos experimentos también demostraron aficiones y cataclismos parecidos. A Nim Chimpsky – del que hay un triste y recomendable documental que se llama Proyecto Nim- le encantaba la comida basura y los refrescos.

Como le gustaba igualmente morder, acabó encerrado en un rancho, esta vez solo, sufriendo lo indecible. Si hubiera tenido las cuerdas vocales idóneas, ¿podría haber sido distinto? Los del rancho no entendían el lenguaje de signos.

La gorila Koko, que un día le hizo cosquillas al actor Robin Williams, pedía zumo de naranja para cenar.

Rico, rico, decía.

¿Cocinar nos hizo humanos?

Si aceptamos que lenguaje y comida han sido determinantes para que nosotros seamos hoy humanos, es fácil deducir que practicamos con ellos un juego cruel. También es justo ver que en ese núcleo compartido tal vez esté aquello que siempre hemos buscado.

Ambos elementos han sido determinantes en nuestra evolución. Con el lenguaje lo hicimos todo, absolutamente todo (es imposible hacer un hacha bifaz sin una breve explicación). Con la cocina, cambiamos nuestra biología y nos autodomesticamos, perdimos los colmillos y otras fierezas. Comenzamos a narrarnos el mundo junto al fuego, a llamarlos 'monos naranja'...

Hay estudios que confirman que los chimpancés prefieren la comida cocinada. Comprenden la transformación de los alimentos y, si se les enseña como a Kanzi, intentan espontáneamente ponerse manos a la obra (los simios tienen manos, como nosotros, y por eso pueden 'hablar' con signos y cocinar).

Los investigadores señalan con estos resultados a aquella noche primordial y sin nombre, cuando el antepasado común ya pudo intuir el potencial del fuego, del incendio que nos cambió para siempre.

Compartimos con ellos el 98% del genoma y el gusto para cocinar (aunque no lo hagan en la selva). Solo nos falta saber por qué ellos son ellos y nosotros (hoy) nosotros, y por qué aquel orangután pedía con tanta insistencia la llave.

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