Rosas y espinas

Cinco a uno, trabajadores

casillasA mí me encanta el fútbol salvo cuando perdemos y cuando se mueren obreros construyendo los estadios, y no necesariamente por ese orden. Ayer perdimos uno a cinco y anteayer perdimos por mucho más. Los obreros somos como Casillas: un puto coladero y sin Sara Carbonero. En todo el mundo.

Dilma Rousseff gobierna su país bajo las siglas del Partido de los Trabajadores, no del partido de los Millonarios Futbolistas. Y eso nos hace pensar que, quizá, esos obreros muertos, esos innumerables obreros muertos durante la acelerada construcción de los estadios de fútbol por los que hoy regatean tíos que ganan 20 millones de euros anuales, nunca más van a poder votar al Partido de los Trabajadores. Los muertos no tienen costumbre de votar. Un hombre, un voto, es un buen lema. Pero un muerto, un voto, aun sería un lema mejor.

dilmaEl Brasil de Lula da Silva se convirtió en esperanza de la izquierda blanda y dialogadora, pero cuando Lula enfermó de su cáncer curable y de sus millones de millonarios incurables la rosa socialista se fue desespinizando. Brasil es un claro ejemplo de que la izquierda nunca puede ser blanda y dialogadora, que es lo que en nuestro país le ha pasado al PSOE y a los chicos de Izquierda Unida que se sentaban callados en los consejos de administración de Caja Madrid. Si eres blando y dialogante enseguida te meten el cinco a uno. Con el jogo bonito las izquierdas siempre vamos a perder cinco a uno. Y el problema es que es un resultado muy difícil de remontar, porque cuando te pones a intentar meter el segundo gol ya te han privatizado la tierra, el agua y el pan.

No voy a afirmar aquí que yo no sea una persona violenta, que lo soy, porque es precisamente la gente violenta la que proclama que la violencia es mala. Y así, legalizando su sola violencia, conservan el poder. Está sucediendo en el país del Partido de los Trabajadores de Rousseff, adonde se ha marchado mi muy sedentario y más querido @principamarsupia (Alberto Sicilia) a contarnos el mundial que se juega fuera de los estadios.

Los buenos entrenadores saben que un gran equipo se monta con talento creativo arriba y dando alguna que otra patada abajo, en la defensa. En el sur de la humanidad. En el autobús de los que están obligados a defenderse. Pero en este mundo que hemos malformado jugamos al revés, y preferimos erigir un estadio a dejar vivir a un trabajador que ha votado al Partido de los Trabajadores de Roussef o a los partidos socialistas obreros de Hollande o del chico de ojos claros de más que triste memoria. Y seleccionamos, con estos líderes que democráticamente elegimos, un equipo sin ningún talento creativo arriba.

El resultadismo, horroroso palabro, siempre ha sido muy pernicioso para los equipos de fútbol y para los partidos de izquierdas. Porque nunca se puede jugar al fútbol, a la política o al amor solo pensando en que no te la metan. Es una pena Brasil, con su Mundial y su Rousseff, viendo cómo se convierte en un simple gol todo aquello en que nos hizo soñar Lula.

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