Rosas y espinas

El Tribunal Supremo contra el pueblo

El Tribunal Supremo acaba de dejar en ridículo a la Audiencia Nacional condenando a tres años de cárcel a ocho manifestantes que participaron en el asalto al Parlament catalán el 14 y 15 de junio de 2011. Convocadas por el 15-M, miles de personas entorpecieron la entrada de los diputados al Palau del Parlament al grito de "Paremos el parlamento, no permitiremos que aprueben recortes" (aturem el Parlament, no deixarem que aprovin retallades). A Monserrat Turra, incluso, le pintaron una esvástica en la espalda.

La sentencia del TS es una salvajada intelectual y un atentado contra el derecho de manifestación, el sentido común y la savia de la democracia. Si a un particular le pueden caer tres años de cárcel, como ha ocurrido, por abrir los brazos en cruz ante un grupo de diputados, nos están comunicando que nos pueden encarcelar por cualquier cosa. No creo recordar cadáveres de diputados por los suelos aquellos 14 y 15 de junio, ni cócteles molotov entrando por las ventanas del antiguo arsenal de la Ciutadella, sede donde pastan sus señorías, y al tupé de Artur Mas no le movieron ni un pelo.

Ya lo advertía la Audiencia en la sentencia absolutoria ahora revocada por el Supremo. En una manifestación pasan esas cosas, y no se puede criminalizar a la gente solo por el hecho de estar allí o de difundir la convocatoria. Una manifestación es un rollito con marcha porque la turbamulta quiere hacerse ver y oír, y no la escuchan, y está jodida, y está en el paro, y fue estafada, y fue engañada con programas electorales mendaces. Más o menos todo esto, aunque en lenguaje más fino, viene a decir la primera sentencia, la absolutoria, la de la AN. Son muchas cosas las que estos señores de los parlamentos han permitido que le sucedan al pueblo, y lo raro es que no haya más violencia, añado yo.

He asistido como cronista a muchas manifestaciones del 15-M, los Rodea el Congreso, las mareas, etc. Y he visto mucha más violencia policial que ciudadana. Pero sí, hay que reconocer que, aunque poca, sí hubo brotes de violencia ciudadana. Insisto en que no me extraña. "La violencia es también una expresión del miedo", escribió el poeta Arturo Graf. Y el pueblo español tiene mucho miedo, bastante frío y algo de hambre, como un arrapiezo de Dickens.

Los ocho condenados podrán recurrir ahora ante el Constitucional, que, ni aun revocándola, podrá borrar la mancha de totalitarismo que ha dejado en la toga de nuestros juristas esta sentencia infame del TS. Es una sentencia dictada contra el pueblo. Contra su derecho fundamental a la manifestación.

Yo ya sé que a Cristina Cifuentes, a sus comilitones y —ahora me entero— a los miembros del TS les gustaría que el pueblo se manifestara en manifestódromos y, a poder ser, en silencio, por no romper la siesta a ninguna marquesa. Pero al pueblo le gusta más la Puerta del Sol, con su encanto nuclear, su reloj de la Torre y su dieciochesca y mal habitada Casa de Correos. O el Palau del Parlament, que también presume de belleza arquitectónica. El español tiene muy buen gusto eligiendo rincones con encanto para manifestarse.

Quiero suponer que partidos políticos, sindicatos y la gente del 15-M ya estarán preparando manifestaciones contra esta sentencia vergonzosa, que quizá es hasta un estacazo contra el pueblo mayor que la reforma por la espalda del artículo 135 de la Constitución. En cuanto a los miembros del Supremo, yo les aconsejo que se lo hagan mirar. Presentan algunos síntomas de padecer una grave enfermedad llamada fasc... Bueno, lo dejo aquí, que si escribo la palabra entera igual estos me entrullan. Lo reconozco: me dan miedo.

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