Todo es posible

El estoque

No es que yo no quiera mojarme pero, salvando las distancias, me pasa lo mismo que al cantaor Miguel Poveda, que no soy taurina porque sufro si me pongo en el lugar del toro y, sin embargo, admiro a muchos toreros. Eso decía el genio de la copla en una entrevista, que jamás compraría un visón porque es animalista. Se declaró seguidor de José Tomás y Morante de la Puebla, porque su toreo es puro arte y no maltrato al animal. Pero los toros, ay los toros, él también se pone en su lugar.

Por compromisos diversos he ido a un par de corridas, que he visto a medias, porque cierro los ojos cuando aparece el rejoneador a lomos de un pobre caballo ciego y banderillea al toro con un instrumento rematado en la punta con una cuchilla de hierro. Me tapo los oídos para no escuchar los desagradables bramidos del público. No aguanto que al final de la faena el diestro mate al toro de una estocada, aunque sea en corto y por derecho. También llevo fatal que le corten el rabo y las orejas al pobre animal. Si hubiera muchos como yo se acabaría de un plumazo la lidia. De todos modos, estoy convencida de que los taurinos son una minoría en vías de extinción. Pero, mientras llegue ese momento, firmo para que vayan suprimiendo, por imperativo legal, las herramientas de martirio tales como el rejón, las banderillas, el estoque y la puntilla.
Peor ocurrencia ha tenido el presidente del Conseil Valencià de Cultura, Santiago Grisolía, un científico muy taurino que sugiere poner luces artificiales, en vez de bolas de fuego, en los cuernos de los toros que corren en los encierros. Eso ya sería bous al carrer con ensañamiento.

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