Traducción inversa

La importancia de llamarse Baltasar

Hay una anécdota perversa que circula de boca en boca entre escritores en lengua catalana. Según parece estos escritores, al ser traducidos al castellano, corren suertes diversas, independientemente del valor objetivo de su obra. Cuando en la portada de un libro aparece un nombre de pila claramente catalán, ese libro languidecerá tristemente en los escaparates de las librerías. Si el nombre en cuestión es ambiguo o bilingüe, sin embargo, el esforzado autor tiene una oportunidad para ser leído en tierras castellanófonas.   Sea cierta o no esta anécdota (y tengo amigos que juran y perjuran que  está comprobada empíricamente), su sola existencia sólo demuestra que el anticatalanismo es un carcinoma congénitamente hispánico. Ciertos lectores, pues, se negarían a aceptar que un texto literario escrito originalmente en catalán pueda tener el más mínimo interés para el resto de España. No sé si el fenómeno incluye también al articulismo literario, en cuyo caso si hay individuos que rechazaran leerme porque me llamo Joan les  recomendaría otras maneras más útiles de hacer el  idiota.  El miércoles pasado se murió Baltasar Porcel y al día siguiente la noticia en la prensa patriótica era que la nueva Ley de Educación de Cataluña perpetraba un crimen de lesa humanidad, entre otras majaderías. Quizá Porcel tuvo algún eco fuera de los Países Catalanes porque su nombre se escribe igual en catalán y en castellano. Que  fuera de su área lingüística no se le pueda reconocer como al gran escritor que fue no añade nada a su palmarés, pero en cambio el de España queda muy pero que muy maltrecho.

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