Traducción inversa

Una cita con la Shoah

El lunes pasado, en la madrugada catódica, La 2 repuso la primera parte de ese extraordinario documental llamado Shoah, de Claude Lanzmann. Recuerdo la honda impresión que me causó la primera vez que lo vi. Fue en el año 2006, en esa misma cadena, en esa misma madrugada. Lanzmann entrevista, a lo largo de nueve hipnóticas horas, a víctimas y verdugos del holocausto. En el proceso de verbalización del horror, emergen en seguida rostros que se convierten en inolvidables. Es el caso de Simon Srebnick, el superviviente de Chelmo. Su padre murió en el gueto de Lodz; la madre, gaseada en el mismo Chelmo. El testimonio del joven Simon inaugura Shoah. Pronto sabremos que Srebnick sobrevivió, con trece años y medio, por su agilidad y por su buena voz. A los nazis les gustaba escucharlo cantando canciones polacas mientras navegaba por el río Ter, hacia las praderas donde crecía la alfalfa con que alimentaban a los conejos del campo. 34 años después de estos hechos, el equipo de Lanzmann localizó a Srebnick en Israel y lo convenció para retornar a Chelmo seguido por una cámara.  Es Srebnick y es el insensible granjero polaco Czeslaw Borowi, o el sardónico ex SS Unterscharführer Franz Suchomel. Es Abraham Bomba, el peluquero de Treblinka, que se derrumba ante el recuerdo de la masacre. Es quizá la manera de llorar de Filip Müller, uno de los escasos supervivientes del Sonderkommando de Auschwitz.   Busquen su rostro, encuentren su motivo, pero no se pierdan las otras entregas de este documento imperecedero. Todos tenemos, de alguna manera, esa cita indeclinable en la madrugada de nuestra propia dignidad.

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