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De Concordatos, exhumaciones e inhumaciones

Por Óscar Pantoja, miembro de La Comuna.

Este año 2018, algunos súbditos paniaguados celebran con gran pompa y hasta puestas de largo infantiles los fastos del 40º aniversario de la vigente Constitución Española (CE). Otros españoles aspiramos a sepultar la ominosa categoría de súbditos para convertirnos en simples ciudadanos y por ello nos duele que la CE contenga explosivos de relojería que la anulan –el artº 155-. Más aún, nos irrita que la CE también se auto-anule al proclamar que España es un Estado ‘aconfesional’ mientras permite que contenga dentro de sí y en igualdad de poderes a otro Ente no menos letalmente explosivo: el Estado Vaticano.

¿Un Estado extranjero dentro del Estado español? Pues sí, y quien lo quiera comprobar no tiene más que leer el último de los numerosos Conventiones inter Apostolicam Sedem et Nationem Hispanam, vulgo Concordatos, que se cocinó antes de la CE pero que, para evitar ser tachado de pre-constitucional, se firmó en enero de 1979, días después de la publicación en el BOE de la glamurosa u ominosa CE. Antes de comentarlo, permítanme una brevísima consideración:

El Vaticano es una corporación multinacional que utiliza su innegable poder para atribuirse la condición de Estado. Con semejante argucia, la Iglesia católica se convierte en Maestra del Imperialismo Privado mostrando el camino al futuro que deben seguir unas multinacionales a las que sermonea paternalmente: "Criaturitas, se vanaglorian de controlar a los Estados... pero no se atreven a ser Estados ellas mismas porque, aunque están en ello, aún no han sabido transmutar en religión al consumo, la producción y la esclavitud laboral. Todavía tienen mucho que aprender del Papado, que es privado o estatal según le convenga".

El Concordato de 1978-1979 es una burda actualización del Concordato de 1953 porque se limita a borrar sus expresiones más hirientes, aquellas que rezaban (sic) en su Artículo 1º que regulaba "las recíprocas relaciones de las Altas Partes contratantes, en conformidad con la Ley de Dios... y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley Divina y el Derecho Canónico". ¿Dónde quedaban el Derecho y la Ley civil española? Obviamente, en el Limbo.

Pero, más que criticar que el franquismo escogiera ser la sucursal de una teocracia gobernada por una gerontocracia de dizque solteros dizque romanos, preferimos destacar que el vigente Concordato mantiene incólumes los privilegios que disfruta la Iglesia desde 1953. Por ejemplo, léase lo más sustancial de su articulado, concretamente el artº 4 de su Acuerdo IV Entre el Estado Español y la Santa Sede sobre Asuntos Económicos y así comprobaremos que el Vaticano está exento de toda clase de obligaciones económicas para con el Estado. No sólo las derivadas de sus locales de culto –cobren o no la entrada- sino de todas las demás, sean cuales sean, desde los seminarios hasta barrios enteros como el de Malasaña, propiedad de los franciscanos. Es decir, la mezcolanza perfecta entre religión pública y empresa privada.
De ahí que esa sucursal dizque española del hiper-jerarquizado Estado Vaticano que es el arzobispado madrileño haya lanzado la empresa "Cripta de la Almudena", en realidad una franquicia fúnebre que es religiosa o privada según soplen la Bolsa y el viento. Su explotación comercial está protegida por el citado artº IV-4 y, si se tercia, por el sacrosanto principio de propiedad privada. ¿Qué intereses estatales pueden ser más elevados que los privado-religiosos?, ¿acaso no es sacrilegio pensar siquiera que haya intereses más altos que los divinos?, ¿cómo puede el Estado evitar que Franco sea enterrado en la Cripta?, ¿aduciendo razones de orden público? Mientras no se denuncie de una puñetera vez por todas el maldito Concordato, ni siquiera funcionará la no menos sacrosanta doctrina de la seguridad nacional. Sobre todo cuando el Gobierno -tan aficionado a su aplicación extemporánea-, parece poco dispuesto a llegar a ese extremo.
La funeraria Cripta de la Almudena S.A. es simultáneamente Cripta privada y Catedral pública. De sus actividades comerciales no sabemos nada, ni siquiera la cotización de las tumbas que alberga, pero sí sabemos que es una empresa moderna que contradice la tradición eclesial –"es el aggiornamiento, mi amigo"-. Claro que recurrir a la Tradición católica es muy arriesgado porque realmente no existe. La Iglesia y no digamos el modernísimo Vaticano (creado en 1929 por Mussolini y Pío XI), olvidan tanto como inventan por lo que, a su imagen y semejanza, nos limitaremos a espigar las tradiciones funerarias que hoy nos interesan:

En cuanto a exhumaciones, recordemos que la Iglesia siempre ha sido muy aficionada a ese rito. De hecho, hasta ha habido Papas que han exhumado a sus antecesores para condenar a muerte a sus despojos. En cuanto a inhumaciones, dos ejemplos: "El Concilio de Braga celebrado el año 563, tiene un canon 15 que prohíbe enterrar los muertos en las iglesias... desde los primeros siglos de la era cristiana, algunos habitantes tuvieron la vanidad de convertir los templos en osarios, para pudrirse en ellos de un modo más distinguido que los demás hombres" (Voltaire, 1764)

Y ya en tiempos cuasi contemporáneos: "Con ocasión de la epidemia experimentada en la Villa de Pasage, Provincia de Guipúzcoa, causada por el hedor intolerable que se sentía en la Iglesia Parroquial de la multitud de cadáveres enterrados en ella", Carlos III dictaba en 1787 una Real Cédula por la que prohibían las inhumaciones en las iglesias... salvo para "los prelados y patronos" –siempre la letra pequeña, siempre las excepciones-. El PSOE ha sentido una especial predilección por Carlos III; bien podría ahora acordarse de aquella su Real Cédula.

Para finalizar, recurrimos a la tradición política: en 1418, se firmó el primer pseudo-Concordato entre Castilla y el Papado -obviamente, no fue firmado por Aragón ni por Navarra-. Según este llamado Concordato de Constanza, el reyno recuperaba muchos poderes hasta entonces en manos de la Iglesia. Fue lo que algunos llaman una muestra de "nacionalismo eclesiástico". Hoy, seis siglos después, ¿se celebrará el 600º aniversario de aquel Acuerdo? Seguro que no, seguro que no recuperaremos los poderes arrebatados al Papado por Juan II, simplemente porque algunas Reconquistas aún no han terminado. Peor aún, a la par que el 40º aniversario de la CE, ¿se celebrará el mismo 40º aniversario del Concordato vigente? Seguro que tampoco.

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