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Un escándalo sexual y un debate político

Uno de los derechos fundamentales en las sociedades democráticas es la presunción de inocencia. El (aún) director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, acusado de intento de violación, merece esa presunción, si bien su horizonte penal se ha complicado tras la decisión del juzgado neoyorquino que tramita el caso de mantenerlo en prisión preventiva al menos hasta el próximo viernes, cuando se realizará la próxima vista. Lo que cabe esperar es que la justicia actúe con el máximo rigor y que el extraordinario poder de Strauss-Kahn no constituya un elemento de ventaja frente a la vulnerabilidad de la modesta camarera que lo ha denunciado.

El escándalo sexual ha desatado en paralelo otra polémica, no menos encendida, con respecto al lugar donde se produjeron los acontecimientos: la suite de un hotel que cuesta 3.000 dólares la noche. ¿Quién pagaba la fabulosa suma? ¿El FMI, esa institución que exige a los ciudadanos de medio mundo durísimos ajustes económicos? ¿Los contribuyentes franceses? Que a Strauss-Kahn le gusta la vida opulenta no es nuevo. Hace sólo un par de semanas provocó un revuelo con sus paseos por París con un Porsche de 100.000 euros que le prestó un directivo del grupo de armamentos Lagarde. El director del FMI planeaba presentarse como candidato a la Presidencia francesa por el Partido Socialista y tenía serias posibilidades de derrotar a Sarkozy. Los socialistas piden respeto a la presunción de inocencia de su compañero. Tienen razón. Pero, mientras la justicia decide, deberían explicar cómo la izquierda tenía como uno de sus salvadores potenciales a Strauss-Kahn.

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