El óxido

Merkel culpable

Desde que comenzara la crisis económica los ciudadanos hemos tratado de buscar recurrentemente a los responsables de la misma. Desde el 15-M se ha venido señalando a políticos y banqueros como los culpables de la situación dramática que estamos viviendo. No cabe duda de que la clase política española, generalizaciones injustas aparte, no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. En el caso del PP además ha utilizado la crisis como coartada para aplicar algunas medidas antisociales que formaban parte de un programa político más que económico.

Tampoco los grandes dirigentes de la banca se libran de una buena parte de culpa. Por un lado han sido ellos quienes han contribuido a engordar la burbuja inmobiliaria con su política crediticia. No obstante y para ser justos habrá que recordar que una buena parte de los ciudadanos han sido cómplices de ello cuando han especulado con el mercado de la vivienda a través de las hipotecas. Pero desde luego los banqueros son responsables de haber dejado en la calle a miles de ciudadanos que se han visto desahuciados de sus casas. La banca, con su falta de ética, ha generado situaciones humanas de un dramatismo insoportable en un contexto de un desempleo brutal. Y eso, en una sociedad como la nuestra, es sencillamente intolerable.

La banca y la clase política española tienen un porcentaje de culpa que la sociedad ya ha descontado. Y es necesario seguir presionando para que atiendan más a los ciudadanos que a los mercados. Pero sorprende que en España, como en otros países periféricos de Europa, no se haya generado un movimiento ciudadano crítico y de denuncia contra quien ha sido la principal responsable de buena parte de los males que nos aquejan: Angela Merkel.

La líder de la CDU alemana es culpable del adelgazamiento del Estado del Bienestar que estamos viviendo. Ha sido su gobierno quien ha presionado hasta la asfixia a países como el nuestro para recortar en las partidas más básicas del Estado social. Merkel ha aplicado una política de austeridad que además de no lograr resultados económicos en el terreno de la confianza ha ahondado la brecha entre los países del Norte de Europa y los del Sur. Ha impedido la aplicación de medidas de estímulo al crecimiento y la utilización de los eurobonos para combatir la crisis de la deuda soberana.

Pero además de las medidas económicas que ha impuesto Alemania, Merkel ha dejado tocada de muerte a la Unión Europea. Su dirección de la política comunitaria ha sido profundamente antidemocrática, deslegitimando aun más ante los ciudadanos las estructuras institucionales de la Unión Europea. Sus discursos sobre Portugal, Italia, España y especialmente sobre Grecia han rozado la xenofobia, caracterizando a los ciudadanos de esos países de vagos y sobreprotegidos por el Estado y despreciando sus instituciones democráticas. En definitiva ha hecho trizas la auctoritas de Europa como comunidad política a base de utilizar su potestas con un caudillismo que desconocíamos en la historia reciente del viejo continente.

Merkel es la culpable última de buena parte de lo que nos está ocurriendo. Y sería deseable que los ciudadanos fuéramos capaces de denunciar las políticas alemanas en Europa, dando así cobertura social a los nuevos vientos que soplan desde Francia. No se trata de combatir el nacionalismo alemán con el nacionalismo español, ambos igualmente peligrosos, sino de denunciar a quien está utilizando todo su poder para construir una Europa insolidaria donde los intereses nacionales pesen más que los comunitarios y donde el sufrimiento de los ciudadanos sea ignorado en favor de los mercados. Sería buena cosa que en las portadas de los periódicos europeos aparecieran cientos de miles de ciudadanos en la calle al grito de "No somos mercancía en manos de Angela Merkel". Quizás así los alemanes tendrían más elementos de juicio a la hora de votar a sus gobernantes.

Merkel

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