El óxido

Venezuela o Guatepeor

No me gusta Hugo Chávez. Me parece un personaje grotesco propio del género esperpéntico. Me producen alergia los dirigentes políticos que provienen del ámbito castrense, máxime si en el pasado han sido reconocidos golpistas. Decir que su política de comunicación es populista sería quedarse muy corto. Su Aló Presidente ha dejado algunos de los momentos televisivos más risibles de los últimos tiempos, si no fuese porque se trata de un humor negro protagonizado por un presidente de un país que no se merece esa imagen mundial.

Chávez ha conseguido militarizar a la sociedad civil a través de sus Círculos Bolivarianos, financiados con recursos del Estado, para promover la visión mesiánica del líder. Algo que por cierto recuerda en demasía a aquellas Camicie Nere de Benito Mussolini, aunque solo sea estéticamente y sin aquella extrema violencia paramilitar fascista. Su actitud hacia la oposición política al chavismo y hacia los medios de comunicación no afectos al régimen difícilmente puede encontrar encaje en eso que llamamos democracia. Y la reforma constitucional de 2009 que le permitió perpetuarse en el poder sin limitación de mandatos resulta como mínimo poco digna de alguien que se pretenda demócrata.

Su apoyo a los peores sátrapas mundiales es de sobra conocido. Gadafi, Kim Yong Il o Bashar Al Assad han sido algunos de los que han recibido elogios del presidente venezolano mientras sometían o masacraban a sus propios pueblos. Encuentro difícil contemporizar con un personaje de esos mimbres y me resulta incomprensible que algunos, desde la izquierda más cerril y anticuada, puedan encontrar en Hugo Chávez a un referente del progresismo mundial.

Pero la caracterización de Hugo Chávez no sería justa sin señalar que buena parte de la oposición al régimen bolivariano es todavía más siniestra que el presidente venezolano. Muchos de sus líderes proceden de las oligarquías locales, aquellas que han sometido durante décadas a la población más humilde del país suramericano a través de un capitalismo salvaje que ha alimentado desigualdades sociales injustificables. Henrique Capriles, el candidato opositor al chavismo en las últimas elecciones presidenciales, procede de ese mundo y tuvo un papel (secundario, eso si) en el Golpe de Estado de 2002 que trató de derrocar a Hugo Chávez. Su currículum permite poner en duda que su victoria hubiera sido un verdadero avance para la sociedad venezolana, especialmente para las capas más humildes de la población que encuentran en Hugo Chávez a un valedor de su causa.

Hoy, cuando parece que el presidente venezolano agoniza, los medios de comunicación de este lado del Atlántico hacen cábalas sobre su verdadero estado de salud y sobre el futuro de Venezuela. Algunos contertulios de la derecha ansían enterrarlo y todo hace pensar que verán cumplidos sus anhelos más pronto que tarde. Celebran la desdicha de un dirigente al que consideran, no sin parte de razón, antidemocrático y autoritario. Pero si con la muerte del líder el proyecto bolivariano se derrumba, algo que no es impensable, nada asegura que el futuro político sea mejor que el presente. Más bien todo lo contrario. Todo indica que la alternativa al delirio bolivariano es un delirio aun peor: el neoliberal. Los venezolanos lo saben y por eso desde su llegada a la presidencia en 1998, Hugo Chávez no ha tenido problemas para ganar todas aquellas elecciones a las que se ha presentado frente a unos candidatos de dudosa sensibilidad social. Es triste y paradójico que, hablando de Venezuela, la alternativa a Guatemala sea Guatepeor.

Chavez

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