Diario de la Antártida

6 de enero. Puerto Natales

El espectáculo al que acabo de asistir me ha sumido en tal estado de abstracción que quiero aprovechar para desahogarme. Lo que he visto es tan absoluto, que ahora todo me parece más relativo que antes. Cuando se lo propone, la Naturaleza es muy cruel. Puede ser bella hasta la insolencia e intimidar por su arrogancia, pero lo que ha conseguido hoy es someterme por completo. A este escenario lo llaman "Torres del Paine". Así es como yo lo he visto.

"La luz, el agua, las montañas, el cielo y otros muchos elementos que ya conocía juegan a mezclarse de una manera que no había visto nunca antes. Las montañas son tan imposibles que parecen una idea. Son soberbias, orgullosas, magníficas. Pero también lloran. Las lágrimas verdes se acumulan a sus pies en fuente de vida para los guanacos. Otras, se congelan para no hundirse y las menos lo hacen para dulcificar sus caras de piedra. Y entre la cumbre y el llanto, las nubes. Una bufanda traslúcida, un pompón, una condensación confusa, el color gris. Así es la fortaleza que protege a sus eminencias de mi curiosidad, pero que no me impide intuir la parte que ocultan. La exhibición es ya, todavía más grandiosa".

He vuelto. He recuperado mis sentidos y ya he dejado de mirar a un punto igual a todos los puntos. Si quiero dejar de sentirme tan pequeña y de plantearme la existencia, debo volver a Punta Arenas, cenar y acostarme porque mañana tengo que prepararme para la verdadera travesía. Y aún quedan seis horas de coche.

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