Punto de Fisión

Comer hamburguesas

En un control de calidad realizado en diversos supermercados españoles han encontrado carne de caballo entremezclada en supuestas hamburguesas de carne de ternera. Ha sido una suerte que los científicos tropezaran con cachos de caballo en lugar de tropezar con una cola de rata o una pestaña de cocodrilo. Podría haber sido peor, podrían haber encontrado dentro un pedazo de chino con tatuaje y todo. No sé de qué se queja la gente: con que fuera carne, ya era bastante.

Desde que tenemos algo que llevarnos a la boca, a los pobres no hay quien nos aguante. No nos basta con comer sino que encima queremos comer a la carta. Pedimos una lata de atún y exigimos de paso el certificado de nacimiento, la fecha de captura y la licencia de pesca. Como si no nos bastara con mover el bigote y llenar la panza. Los pobres estamos muy mal acostumbrados, hace sólo unas décadas nos moríamos de hambre y ahora nos morimos de gordos.

Lo de pedirle el carné de identidad a la comida es un lujo de marqueses que no puede traer nada bueno. La hamburguesa se define principalmente por su imprecisión, es un batiburrillo de grasas y texturas de origen indeterminado aderezadas con salsas, ketchup, mostaza, para que sepa a algo. Dentro se le mete cebolla, lechuga, tomate, a veces también mayonesa, y se come de pie, en dos bocados, para engañar al estómago y al paladar de una sola tacada. Lo de las hamburguesas de autor es un sibaritismo chorra propio de esta época bizantina, igual que lo de ponerle fecha de caducidad al chocolate. Las hamburguesas se tragan sin preguntar, igual que ciertos medicamentos, porque si uno se pone a repasar la lista de contraindicaciones y efectos secundarios, se queda a dos velas.

La hamburguesa, al igual que la salchicha o la croqueta, es gastronomía callejera, cocina de batalla, picaresca culinaria en su más nutritiva expresión. Ya hubiera querido el Lazarillo zamparse un kebab de cordero, incluso aunque antes le hubieran explicado que la única parte comestible del cordero eran los ojos y que del resto del kebab, mejor no preguntar. La literatura española está trufada de hambrientos excelsos, desde el Guzmán de Alfarache, que se comía los huevos fritos con crujiente de plumas, hasta Carpanta, que perseguía por la calle alucinaciones de pollo con sombrero. "Come poco y cena más poco" es uno de los consejos inmortales del Quijote, una dieta de adelgazamiento que alcanzó su cenit con el régimen de Franco.

Pero ahora los pobres nos hemos vuelto muy señoritos y examinamos el abolengo de la hamburguesa igual que antes le pedíamos la limpieza de sangre a un gitano. Decía John Godfrey Saxe que quienes obedecen las leyes y comen salchichas es porque nunca han visto de cerca cómo se hacen unas y otras. Hay que comer salchichas, hay que comer hamburguesas, hay que obedecer las leyes y votar en las elecciones sin pensar, sin mirar la etiqueta, sin fijarse mucho con qué clase de mierda las fabrican.

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