Punto de Fisión

Chino y de Bilbao

Hace algún tiempo, en un programa de televisión donde apareció en su papel de monje shaolín caminando sobre brasas ardientes, Juan Carlos Aguilar dijo: "Yo como budista pienso que las llamas son seres vivos. Me comunico con ellas, les pido permiso y les pido perdón. Y creo que ellas también me piden perdón, porque no creo que esté haciendo algo malo". Su parlamento recuerda un poco la hermosa plegaria que pidió al fuego San Francisco de Asís antes de que el cirujano le clavara un tizón ardiente en el ojo: "Hermano fuego, Dios te hizo bello, poderoso y útil, te ruego que seas amable conmigo". Por lo demás, no había muchas más similitudes entre el poverello y el falso chino de Bilbao excepto aquella curiosa afirmación de Dostoievski de que no hay nada más parecido a un asesino que un santo.

Años después, Juan Carlos Aguilar, en su gimnasio budista de Bilbao, pisoteó a dos mujeres una tras otra como si pisara brasas ardientes y, en efecto, tampoco pensó que estuviera haciendo algo malo. Por la serenidad con que medita durante el juicio -casi a punto de echarse una siesta-, la falta de arrepentimiento y de compasión que demuestra, es evidente que todavía lo sigue pensando. La ertzaintza lo sorprendió en medio de una orgía de sangre con una pobre mujer africana que moriría poco después a causa de la paliza recibida. Tenía escondidas en el gimnasio varias bolsas con montones de restos humanos. Los policías que lo detuvieron afirman que, en aquel momento, estaba medio ido y Aguilar achacó sus crímenes a un tumor cerebral que lo dejaba "en un estado de borrachera permanente". Debe de ser un caso médico digno de estudio, uno de los pocos cuyos efectos secundarios incluyen la melopea, la irresponsabilidad, la violencia, el homicidio y el gusto por guardar trofeos de sus víctimas. El tumor va ya para dos años.

Si no fuese por el rastro de mujeres muertas que ha dejado a su paso, la historia de este impostor made in China daría mucha risa. Hasta que se le cayó la careta, su vida era una especie de campaña electoral continua entre las artes marciales y el budismo de importación. Se cambió el nombre de Juan por el de Huang y decía que era el primer occidental que había logrado el título de monje shaolín; que era maestro diplomado de taekwondo; que había sido tres veces campeón del mundo de kung fu y ocho campeón de España; que era un experto en técnicas de relajación y meditación oriental; que era Licenciado en Humanidades, Antropología y Derecho por la Universidad de Deusto. Lo entrevistaron en directo Pepe Navarro, Javier Sardá y Eduard Punset, una gradación de gurús de la comunicación que explica por sí sola la decadencia de la televisión en España (faltó que le entrevistaran Risto Mejide y Jorge Javier Vázquez). En vez de charlar de religión y de energías alternativas, a Punset tenía que haberle cortado un pan Bimbo a golpes de kárate.

Luego, tras los asesinatos, empezaron los desmentidos desde China y desde diversas federaciones españoles de artes marciales: ni era monje, ni era shaolín, ni campeón mundial, ni de España, ni de Bilbao. Ni kung ni fu ni fa. La mayoría de los turistas viaja a China y vuelve con unas fotos de la Gran Muralla, pero Juan Carlos regresó con la cabeza rapada, una túnica naranja, un máster en budismo y un doctorado en hostias aplicadas. Estas dos últimas disciplinas, la espiritualidad y la de zurrar la badana, no son tan contradictorias como pudiera parecer: como señaló Truman Capote, lo único en común que tenían todos los serial killers que él entrevistó en prisión era que todos creían en Dios y todos tenían tatuajes. Entre atentado y atentado, Bin Laden se pasaba el día orando a La Meca y a menudo la espiritualidad oriental gasta una mala leche de cojones. Por ejemplo, Bruce Lee cerraba los ojos, juntaba las manos y ya no se sabía si estaba rezando o calculando el monto de la patada y el buzón dónde le iba a mandar los dientes al colega. Ahora, en el banquillo, cuando Juan Carlos se pone a meditar ya no se parece a Gandhi, ni siquiera a Bruce Lee, sino a Carlos Jesús, aquel pobre zumbado que fundó una secta andaluza después de recibir la iluminación de un cable de alta tensión. La ex esposa del ex monje confesó que se separó de él porque era "demasiado espiritual". O sea, que se pasó de espiritual, se pasó de monje, se pasó de kung fu, se pasó de brasas ardientes y se pasó de la raya. Juan Carlos se empeñó en ser chino y de Bilbao con mucho más ímpetu y dedicación que los comerciantes chinos que regentan un badulaque en Bilbao y ni siquiera usan txapela.

 

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