Punto de Fisión

Caballo de Troika

Normalmente los políticos que eligen sucidarse ante el público optan por el revólver. En 1987, en mitad de una rueda de prensa, Budd Dwyer sacó una Magnum de una bolsa de papel, advirtió a los presentes que lo que venía a continuación podía resultar desagradable y acto seguido se pegó un tiro en el paladar. Alexis Tsipras ha preferido su arma favorita: la democracia. Varios miembros de su gobierno ya habían dimitido y la plaza Syntagma ardía como en los viejos tiempos. Antes de la furibunda votación en el parlamento griego, más de la mitad de los dirigentes de Syriza renegaron del humillante acuerdo con el Eurogrupo. En ese NO, tan rotundo como el del pueblo griego en el ya célebre y desvaído referéndum dominical, se oían los ecos de la célebre admonición de Churchill a Chamberlain después de que volviera de firmar su lamentable pacto con Hitler. Entre la ruina y el deshonor, habéis elegido el deshonor. Y tendréis la ruina.

Nos ciega la ilusión de que la realidad se parezca a las películas o, por lo menos, a los libros de historia, pero la economía es un deporte donde se enfrentan once contra uno y siempre gana Alemania. Por mi parte, soy tan ingenuo (y tan termópilo) que esperaba hasta el último momento que Tsipras saliera con un plan B, un arma secreta, un gancho inesperado, igual que aquella noche en Kinshasa cuando Alí dejó que Foreman le tundiera los lomos durante ocho largos asaltos, que se desgastara en esa dura labor de alfarero, para emerger sin aviso de entre las cuerdas y tumbarlo de un puñetazo. Por desgracia, a lo que hemos asistido es a uno de esos combates en que un alfeñique recibe hostias de todos los palos, trayectorias y colores con la esperanza de que a su contendiente se le canse el brazo o se le rompa un hueso. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su banquero. Tsipras al salir de Bruselas me recordó a aquel chaval a quien vi levantarse aturdido después de que le barrieran en cinco minutos de uno de los tableros de ajedrez del Retiro: "Yo pensaba que ganaba el que antes se quedase sin fichas".

La ingenuidad ha sido la tónica en este gin-tonic continental donde a la delegación griega se la han bebido a sorbos y con cubitos. Seis meses de borrachera y una semana de resaca. Mucha provocación, mucho titular, mucho alzar la voz, mucha teoría de juegos y al final Tsipras ha regresado a Atenas con un acuerdo mucho peor que el primero que rechazó y con la negativa popular untada con chucrut y metida entre dos rebanadas de pan negro. No tenía mucho sentido preguntar a los griegos si querían un coito anal antes de ir corriendo a comprar vaselina. Nos van a follar, sí, pero con dignidad. Hasta Varoufakis ha confesado que le sorprendió el tono de las negociaciones, como si creyese que ahí dentro iba a reunirse con ardillas.

Al final de la partida de póker, en el envite decisivo, Tsipras se quedó sin voz, sin hígado y sin agallas. Como si lo que hubiera regresado a Atenas, más que un presidente, fuese un Caballo de Troika. Como si Leónidas se hubiera transformado de repente en Efialtes. En la estrategia de faroles suicidas que había planteado Syriza no había otra salida que el precipicio: abandonar el euro y dejar a los deudores con un palmo de narices. Era la última bala, la única, una puerta que daba al corralito y a la ruina, sí, pero también a la libertad y a esa luminosa sentencia de Tácito: "Es poco atractivo lo seguro, en el riesgo hay esperanza". Ahora, con la claudicación, no quedan más opciones que la miseria, el vasallaje, la izquierda europea desmantelada, el IV Reich triunfante y un Amanecer Dorado en el horizonte. Tsipras dijo a sus diputados horas antes de la votación decisiva: "Si no votáis a favor de las medidas hoy, me será muy difícil seguir como Primer Ministro". En efecto, será mucho más fácil seguir como títere de Bruselas. Al menos Dwyer, después de hablar, tuvo la decencia de volarse la boca.

 

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